¿La trama? Un escuadrón de desechos del universo Marvel es reclutado para una misión que —¡sorpresa!— es una trampa. Yelena Belova (Florence Pugh, indiscutible protagonista), el emo de siempre Bucky Barnes (Sebastian Stan, en piloto automático), el Red Guardian de David Harbour con acento ruso sobreactuado, Ghost, Taskmaster, Wyatt Russell como John Walker y Bob (Lewis Pullman haciendo de Mork depresivo) son mandados a eliminarse entre sí por órdenes de Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus, desaprovechada). Pero sobreviven. Y como cualquier buen grupo de inadaptados, deciden unir fuerzas.

Ahora, lo bueno: Florence Pugh lleva la película sobre los hombros como si fuera su mochila emocional. Su Yelena es tan perdida, frustrada y existencial como cualquier freelancer de veintitantos años sin terapia. Su química con Lewis Pullman es el alma emocional de Thunderbolts”.

La tristeza de ambos no se maquilla con chistes tontos ni con CGI rimbombante. Milagrosamente, se nota que alguien detrás de cámaras (hola, Joanna Calo de BoJack Horseman) entendió que los superhéroes también pueden estar jodidos de la cabeza y que eso no tiene por qué ser gracioso.

La dirección de Jake Schreier es otro soplo de aire fresco. Apuesta por locaciones reales, reacciones humanas, efectos prácticos y acción que, aunque escasa, se siente más real que toda la cuarta y quinta fase juntas. Hay planos con alma, coreografías limpias, ritmo sostenido y una sensación de que, al menos por esta vez, alguien quiso hacer una película y no una cinemática de videojuego de seis horas.

Pero no nos volvamos locos: Thunderbolts tampoco es la segunda venida del MCU. La estructura está medida con regla de marketing, varios personajes quedan olvidados a mitad del camino (Ghost, John Walker, tú no merecías ese trato) y el conflicto político de Bucky es tan emocionante como un PowerPoint de recursos humanos. Julia Louis-Dreyfus sigue sin convencer como villana: tiene menos malicia que un gato dormido. Y el tercer acto, aunque valiente en intención, no termina de despegar con la fuerza emocional que prometía.

Termino, Thunderbolts no es una joya, pero tampoco es un bodrio. Es un intento honesto, torpe pero con corazón, de contar algo distinto dentro de una franquicia que lleva años en piloto automático. Te deja con la sensación de que estos personajes, aunque rotos, merecen más. Y lo más importante: por primera vez en mucho tiempo, uno sale del cine pensando “me importan estos idiotas”. Y eso, viniendo del MCU actual, es casi una revolución.

¿Lo suficiente para salvar el barco? No. Pero al menos es un buen remiendo en la vela. ¿Qué más se puede pedir en esta era de héroes de cartón? Buena. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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