El Rincón del Loco

“El gatopardo” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Giuseppe Tomasi di Lampedusa escribió “El gatopardo” como quien escribe su testamento: un canto nostálgico a un mundo que se va deshaciendo, como arena entre los dedos, y cuya desaparición no causa ya ni lágrimas ni indignación, solo resignación silenciosa.

“El gatopardo” no es solo un retrato del ocaso de la aristocracia siciliana en plena unificación de Italia; es, sobre todo, una reflexión sobre el tiempo, la decadencia y el autoengaño de las élites que se creen eternas.

El narrador de esta historia es el mismísimo tiempo, implacable, lento, casi cruel. Y su protagonista, el príncipe Fabrizio de Salina, es el último gran señor de una Sicilia que se va extinguiendo con la elegancia de un animal herido. Es un sabio melancólico, enamorado de las estrellas más que de su beata esposa, atado a rituales caducos y rodeado de una familia que ya huele a naftalina. Mientras él desayuna, reza, duerme la siesta y mira el cielo en busca de constelaciones, la historia le pasa por delante como una comitiva que no le invita a subir al carro.

El príncipe observa, no lucha. Intuye que los tiempos cambian, pero no tiene fuerzas ni interés en adaptarse. Sabe que ya no es protagonista, sino testigo. Es el siglo XIX, Garibaldi y sus camisas rojas han desembarcado en Marsala, y desde el norte bajan las banderas del Risorgimento, con aires de revolución y promesas de libertad. Pero todo eso le parece ruido ajeno. A su mundo, hecho de silencios y rezos, le falta sangre y sobra polvo.

En ese panorama de ocaso aparece Tancredi, su apuesto y ambicioso sobrino, mezcla de héroe romántico y trepador sin remordimientos. Tancredi tiene muy claro que si quiere sobrevivir, debe adaptarse, incluso traicionar. Por eso lanza su famosa frase que define a toda la novela: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Y cambia, claro que cambia: se une a Garibaldi, flirtea con su prima Concetta y termina enamorándose (y casándose) con Angelica, la hija de un advenedizo sin clase pero con mucho dinero. El viejo mundo se funde con el nuevo: adiós abolengo, hola burguesía.

“El gatopardo” avanza como una ópera trágica: amores contrariados, traiciones silenciosas, personajes que bailan el vals de la decadencia con una sonrisa resignada. Sicilia, árida y hermosa, es el telón de fondo de este gran drama humano. Y Fabrizio, el príncipe astrónomo, lo sabe todo: que su mundo se muere, que la juventud es un espejismo, y que al final, los mismos errores se repetirán con otros nombres. El suyo es un lamento digno, no una queja; una elegía donde los caballos ya no se eligen por nobleza, sino por precio.

“El gatopardo” es, en esencia, una advertencia con aroma a historia: las civilizaciones que se duermen pierden el puesto. Y no siempre quien las sustituye lo hace mejor. Por eso, leerla hoy —con nuestros propios Tancredis y don Calogeros al acecho— no es un acto literario, sino una forma de mirar el presente con los ojos bien abiertos.

 

Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, Italia, 1896) Su padre era el  príncipe Giulio Maria Tomasi di Lampedusa y su madre, la princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cutò. Su título nobiliario proviene de la isla de Lampedusa. En 1954 comenzó a escribir El Gatopardo, su única novela y que terminaría dos años más tarde siendo mal acogida por las editoriales, y no viendo la luz hasta 1958, un año más tarde de su muerte, gracias a la editorial Feltrinelli.

Murió en Roma en 1957 debido a un tumor pulmonar. Se hizo enterrar en el cementerio de los Capuchinos de Palermo, lugar donde él mismo ubicó la tumba del protagonista de El gatopardo, el príncipe Fabrizio di Salina. PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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