“Nyad” trata sobre una atleta que crea su propia leyenda. Diana Nyad (Annette Bening) se enorgullece de que su apellido provenga de las náyades de la mitología griega. “¡Mis ancestros! Las ninfas que nadaban en los lagos, ríos y el océano”, proclama Diana a todos los presentes.
Como nadadora récord de larga distancia, tiene la capacidad pulmonar de un fanfarrón real. Su siempre paciente mejor amiga, Bonnie (Jodie Foster), pasa esta exuberante y agotadora biografía cortando a Diana en medio de sus alardes. El fanfarroneo te lleva lejos en política o negocios; los atletas, sin embargo, tienen que demostrarlo con sudor. Y así, a los 60 años, Diana jura conquistar el desafío que la venció a los 28.
Nadará de Cuba a Florida sin parar durante dos días, enfrentando tiburones, tormentas, medusas venenosas y agotamiento alucinatorio. Durante la mayor parte de este fascinante deleite para la multitud, ella fracasa.
“O soy una tonta obstinada“, escribió la verdadera Diana Nyad en “Encuentra la manera”, sus memorias de 2015, “o soy una valiente guerrera“.
La película, en sus primeros minutos, prefiere la última opción, abriendo con un montaje de sus muchos éxitos: autora, lingüista, becaria de Phi Beta Kappa.
Los directores Elizabeth Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin, trabajando con la guionista Julia Cox, rastrean las raíces míticas de “Nyad” no solo a las náyades, sino a fanáticos como el Capitán Ahab. Vasarhelyi y Chin que se especializan en documentales (“Free Solo”, “Meru”) sobre deportistas extremos cuyas hazañas requieren un umbral de miseria y una monomanía egocéntrica que pocos pueden entender.
Chin, un alpinista de cepa, comprende esa mentalidad y Vasarhelyi, su compañera de toda la vida y esposa, también conoce la tensión que estos aventureros generan en sus seres queridos que brindan apoyo emocional.
Anima a la multitud a sentirse cómplice en su muerte potencial.
Annette Bening, que tiene un estilo de nado convincente, nos muestra a una mujer dispuesta a soportar el infierno. Nunca he visto una actuación con tan poca vanidad al servicio de un personaje que se ahoga en su propio ego.
“Todos deberíamos tener un complejo de superioridad”, dice “Nyad”, pero la línea llega a un punto en la película donde su superioridad se parece mucho al martirio. Ya hemos sido testigos de su piel ampollada por quemaduras solares, sus ojos y labios hinchados en protuberancias monstruosas, su rostro y cuello quemados con quemaduras de tentáculos, y su cuerpo, enrollado en el suelo, vomitando o algo peor, aún en la resaca, pero tan débil y semiconsciente y privada de sueño que se está moviendo en el mismo lugar, sufriendo agonías sin avanzar ni un centímetro.
La arrogancia la mantiene a flote. Pero también la obliga a saltar de nuevo al agua.
Aun así, “Nyad” realmente funciona.
Funciona como una emocionante película deportiva, la encarnación literal del viejo lema de Wide World of Sports: “La emoción de la victoria y la agonía de la derrota”.
Funciona como una película sobre el trabajo en equipo, no solo Diana y Bonnie, sino todo el equipo, especialmente el navegante tosco y terco de Ifan, que responde de la misma manera, y llega a amar tanto a Diana como a Bonnie, en su peculiar forma.
Pero sobre todo, es una película sobre la amistad femenina, sobre una amiga que te amará en tus mejores y peores momentos, y que realmente se regocijará en tus triunfos.
Es una historia de amor. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.