El Rincón del Loco

“Le dedico mi silencio” de Mario Vargas Llosa

Un adiós entre valses y nostalgias.

Mario Vargas Llosa se despide de la ficción, y de la vida, con una novela que, más que un relato, parece un homenaje melancólico a su Perú natal, envuelto en valses criollos, guitarras virtuosas y un intento desesperado por encontrar en la cultura popular una redención para una nación rota.

“Le dedico mi silencio” no es un final a lo grande ni un estallido literario. Es más bien una retirada digna, serena, con una copa en alto y los ojos húmedos por lo que pudo haber sido.

“Le dedico mi silencio” gira en torno a dos protagonistas que coexisten sin competir: Lalo Molfino, guitarrista casi mítico que deslumbra en una única noche, y la música criolla peruana, ese vals con olor a callejón y fiesta barrial que Mario Vargas Llosa convierte en símbolo de identidad, resistencia y utopía. La trama arranca cuando Toño Azpilcueta, un erudito musical, presencia el milagro musical de Molfino y se obsesiona con contar su historia.

Pero lo que parece un perfil biográfico se convierte en un tratado —a ratos abrumador— sobre el Perú, su historia, su caos, sus heridas abiertas y esa obsesiva pregunta que flota como niebla: “¿En qué momento se jodió el Perú?”

“Le dedico mi silencio” se mueve entre el ensayo y la ficción sin pedir disculpas. Hay pasajes donde la historia se detiene para explayarse en la conquista, el mestizaje, Sendero Luminoso o la gastronomía, con un nivel de detalle que a ratos abruma. El lector curioso puede agradecerlo; el impaciente, no tanto. Es un libro que exige complicidad, paciencia y, sobre todo, amor —o al menos curiosidad— por el Perú.

Mario Vargas Llosa, como el propio Azpilcueta, quiere unir un país roto con un libro. Y cree —o quiere creer— que la música popular, en su huachafería (ese término tan peruano y entrañable, que aquí cobra dignidad y profundidad), puede hacer lo que la política jamás ha logrado: reconciliar. Así, el vals no es solo un género musical, sino un espacio común, una trinchera de ternura desde donde resistir el desencanto.

Pero hay algo más en “Le dedico mi silencio”: un eco de despedida. A través de la obsesión de Azpilcueta por reconstruir la vida de un músico olvidado, Mario Vargas Llosa parece hablarnos de su propia necesidad de cerrar un ciclo, de dejar algo que una vez tuvo sentido y hoy solo se sostiene en la nostalgia. Y lo hace con elegancia, con la sabiduría de quien ya no necesita demostrar nada, pero aún tiene cosas que decir.

¿Es esta su mejor novela? No. ¿Es relevante? Absolutamente. “Le dedico mi silencio” es un testamento emocional, una carta de amor que, con sus excesos y sus pausas, suena como un último acorde sostenido. Un vals triste, quizás, pero necesario.

Porque incluso el silencio, cuando se dedica, suena a homenaje.

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa 1936 – Lima 2025) fue un escritor peruano con la nacionalidad española desde 1993 y la nacionalidad dominicana desde junio de 2022. Considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, sus obras han obtenido numerosos premios, entre los que destacan el Premio Nobel de Literatura 2010, el Premio Cervantes 1994 —considerado como el más importante en la lengua española—, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1986, el Premio Biblioteca Breve 1962, el Premio Rómulo Gallegos 1967 y el Premio Planeta 1993, entre otros. Junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, es uno de los exponentes centrales del boom latinoamericano. PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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