Los “Cuentos reunidos” de Amparo Dávila son un recorrido por el lado más oscuro de la existencia, ese que no necesita monstruos de dientes afilados porque le basta con la rutina, los afectos podridos y la neurosis doméstica. Esta escritora mexicana —desconocida para muchos hasta hace poco— se mueve en el terreno de lo extraño con una maestría escalofriante: lo suyo no es la fantasía desbordada ni el terror explícito, sino esa atmósfera densa en la que lo cotidiano se contamina de una amenaza invisible. La realidad, bajo su pluma, se dobla como si se le hubiese roto el eje.
Amparo Dávila arrancó escribiendo poesía, pero fue en la narrativa donde clavó su aguijón. Desde Tiempo destrozado (1959), pasando por Música concreta (1961) y Árboles petrificados (1977), hasta el inédito Con los ojos abiertos (2008), su obra es breve pero letal. Se nota que fue amiga de Julio Cortázar —compartían la fascinación por los gatos, claro—, pero su estilo va por otro lado: menos juego, más perturbación; menos “final abierto” y más zumbido sordo en el pecho.
En sus “Cuentos reunidos” no pasan grandes cosas… hasta que todo se desmorona. Amparo Dávila sabe cómo meter el dedo en la llaga emocional: la paranoia, la opresión conyugal, la locura sigilosa. La pesadilla arranca con una sutileza desesperante, un ruido mínimo, una sombra mal puesta. Y de pronto, estamos atrapados. ¿Ejemplo? Alta cocina, donde se recuerda cómo ciertos seres —no se aclara qué son, pero da igual— chillaban al ser cocinados como gatos estrangulados o niños recién nacidos. Sí, así de mal te deja.
Amparo Dávila se desenvuelve con una prosa quirúrgica, limpia como bisturí, que no se regodea pero corta profundo. Su talento para lo siniestro no es tanto una cuestión de atmósfera como de tensión psicológica. Es como si hubiese tomado la receta de Poe, Kafka o Silvina Ocampo y la hubiese cocinado en casa, en una cocina pequeña con un solo foco colgando y el gas oliendo raro.
Sus personajes —en su mayoría mujeres— viven en una claustrofobia emocional brutal. La familia, el noviazgo, el matrimonio: todo aparece como trampa. Lo que debería ser refugio es el verdadero infierno. En La celda, por ejemplo, Clara prefiere el acecho de un fantasma antes que el suplicio de su prometido, con sus frases huecas y sus besos húmedos. No quiere salvarse ni condenarse. Solo descansar. ¿Quién no?
El universo Amparo Dávila es tan hostil que incluso cuando los protagonistas fantasean con escapar, lo que encuentran es otro infierno más abstracto, más tenebroso. Como si la libertad fuese solo un pasillo más largo dentro del manicomio.
Hay algo casi infantil —en el mejor sentido— en su forma de encarar el horror: no se cuida de las reglas del género ni pretende demostrar nada. A veces literaliza los temores (la amante anfibia de Música concreta, por ejemplo) con un descaro fresco, casi naíf, que descoloca. Y eso la hace más potente. Porque mientras la literatura moderna se esfuerza por parecer lista, Amparo Dávila te mira desde la oscuridad del pasillo y solo dice: “Ya es tarde”.
Lee sus “Cuentos reunidos”. No para “entender la literatura fantástica en español”, como dicta el manual. Lee para temblar. Porque esto no es ficción: es el eco siniestro de lo que ya habita en tu casa.
María Amparo Dávila Robledo (Zacatecas 1928 – Ciudad de México 2020) fue una escritora mexicana. Obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1977. A finales de 2015 se le otorgó la Medalla Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria, y desde ese año el gobierno de México convoca un certamen nacional de cuento fantástico con su nombre: el Premio Bellas Artes de Cuento Amparo Dávila. PdC.
Escrito por B. Del Ángel.