Si alguna vez escuchaste Angels con una lágrima de mezcal o te burlaste del tipo que se contoneaba en calzones en Rock DJ, “Better Man” te sacudirá como si un gorila vestido de lentejuelas te diera un cachetadón emocional. Esta no es la típica biopic glorificadora con violines de fondo, ni un publirreportaje al ego; es una confesión brutal, creativa y emocionalmente demoledora, donde Robbie Williams se pone en cueros… pero del alma.
Y lo hace, ojo, con la cara de un chimpancé digital. Sí, leíste bien. El Robbie protagonista es un mono CGI que canta, sufre, se droga y se autodestruye con tanto realismo que uno olvida que estamos viendo efectos especiales. Porque no es una broma. Es una metáfora jodidamente perfecta: el artista como simio de circo obligado a hacer monerías para ser visto.
Y si te parece un truco raro o gratuito, espera a verle los ojos cuando su papá lo abandona. Vas a querer abrazarlo, y no por la ternura, sino por la tragedia.
Dirigida por Michael Gracey (El gran showman), “Better Man” no busca que te enamores de Robbie Williams, sino que lo entiendas, lo mires sin filtros, con todo y su inseguridad crónica, su ansiedad devoradora y sus adicciones asquerosas. Aquí no hay glamour. Hay vómito emocional. Dolor. Soledad. Y una pregunta insistente: ¿de qué sirve tenerlo todo si sigues sintiéndote vacío?
“Better Man” sigue su ascenso desde los días de boyband de cuarta (Take That, con coreografías de catálogo y vestuario de saldo) hasta el éxtasis solista con conciertos épicos como Knebworth. Pero “Better Man” no es sobre la fama, es sobre las heridas que la fama no puede sanar. La ausencia del padre, la madre que intenta pero no alcanza, la abuela que aplaude desde el fondo del alma. Y el pequeño Robbie –con cuerpo de niño y alma de viejo roto– que solo quería ser visto.
La narrativa es ágil, salta entre recuerdos, fantasías, pesadillas y conciertos con una fluidez que sorprende. No se regodea en la nostalgia, la dinamita. No convierte las canciones en postales, las resignifica. Feel, Let Me Entertain You, My Way… todas suenan diferente cuando sabes lo que escondían.
Y sí, hay humor. Humor negro, británico, autodestructivo. Robbie no se ahorra ni una pulla para sí mismo, ni para su entorno. Le deja un melón tallado con un “sorry” a Gary Barlow, pide perdón al fantasma de su abuela llevándole una tele al cementerio para ver The Two Ronnies. El hombre sabe burlarse incluso de sus disculpas. Pero también sabe pedirlas de verdad.
La secuencia de Rock DJ es una joya, un videoclip en estéreo emocional que condensa toda la película: energía, rabia, deseo de gustar, miedo de fallar. Y “Better Man” logra eso: conmover sin chantaje, entretener sin banalizar, dejarte pensando sin que sientas que te dieron un sermón.
Puede que en Estados Unidos no lo conozcan (o fingen no recordarlo), pero Robbie Williams no necesita ser recordado para merecer esta película. “Better Man” no es para fans. Es para humanos. Humanos rotos, confundidos, inseguros… como él, como tú, como yo.
Y al final, cuando Robbie canta con su padre My Way en el Royal Albert Hall, no estás viendo un final feliz. Estás viendo un tipo que por fin se entiende. Que ya no pelea con sus mil versiones pasadas. Que, por una vez, se permite ser solo Robbie. Sin más. Con su historia cantada… y redimida.
Robbie Williams como nunca lo habías visto. Buena. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.