En “La bestia”, Bertrand Bonello nos sumerge en un triángulo amoroso poco convencional: amor, pérdida y tiempo. Con Léa Seydoux y George MacKay al frente, esta odisea romántica y de ciencia ficción entrelaza tres épocas distintas –el París de 1910, Los Ángeles de 2014 y un inquietante futuro dominado por la inteligencia artificial en 2044– para explorar las complejidades del deseo humano y su inevitable vínculo con el dolor.
La premisa de un futuro donde las emociones son tratadas como un defecto por una IA omnipotente es perturbadoramente plausible, pero lo fascinante aquí no es la distopía, sino el peso emocional que carga cada línea temporal. Gabrielle (Léa Seydoux), una de las últimas “neutras” en un mundo clínicamente insensible, debe someterse a un proceso de purga de su ADN para ser más “competitiva” en el mercado laboral. En este recorrido, se encuentra y reencuentra con Louis (George MacKay), un personaje tan constante como impredecible, que la ama y, a veces, la amenaza.
Léa Seydoux deslumbra con una interpretación que no solo es sutil, sino también transformadora. Encarnando a una mujer atrapada entre siglos y roles, Léa Seydoux hace creíble su evolución como esposa en la sofocante sociedad de 1910, modelo en la alienada Los Ángeles de 2014, y sobreviviente en la vacía y desoladora 2044. George MacKay, por su parte, asume el desafío de interpretar tres encarnaciones muy diferentes de Louis, desde un amable fabricante de muñecas hasta un sociópata peligroso. Su camaleónica presencia otorga al film una dimensión inquietante pero magnética.
Visualmente, Bertrand Bonello demuestra una vez más su maestría. Cada época tiene su lenguaje estético: la opulencia casi teatral del 1910 contrasta con la fría modernidad de 2014 y el futuro desprovisto de humanidad de 2044. Aunque el director insinúa referencias a Hitchcock, Lynch e incluso al cine de época más contenido, “La bestia” se mantiene decididamente personal, una obra que nunca se siente como un mero filmete.
Sin embargo, no todo es perfecto en este vasto rompecabezas emocional. La narrativa, si bien ambiciosa, a veces se enreda en su propia complejidad. Algunos fragmentos –especialmente los de 1910– parecen demasiado autocomplacientes, ralentizando el ritmo general y haciendo que la película, con sus casi dos horas y media, se sienta a ratos excesiva. Pero al final, las piezas encajan. Bertrand Bonello lleva al espectador hacia un desenlace donde el caos da paso a una conclusión sorprendentemente romántica y visceral.
“La bestia” no es solo una película; es una experiencia. Sus diálogos con el cine clásico, su estructura fragmentada y su evocación de las emociones más primarias –amor, miedo, pérdida– la convierten en una obra tan cerebral como instintiva. Bertrand Bonello ha creado una pieza que fascina, aunque no siempre enganche del todo. Es un espejo fragmentado del alma humana: confuso, brillante y profundamente hermoso. Buena. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.