Muchas historias de amor comienzan tomando café. La primera cita se da en una cafetería; ahí entre plática y plática, entre sorbo y sorbo de café vamos conociendo a la persona que nos hizo voltear la cabeza 360 grados, después las citas se dan en otros sitios, pero esa ya es otra historia, pero lo que sí es cierto es que la primera es en un café.
Díganme si miento, pero antes de reunirnos con esa “personita” nos probamos una y cien prendas, bueno no tantas, pero es un decir, para causar su admiración y dejarla con la boca abierta, sí o no, nadie lo puede negar.
Pero no solo eso, también para impresionar se escoge la cafetería, no puede ser cualquiera, no de ninguna manera, tiene que ser una bonita que sume puntos para que uno diga que “sí”.
Hace tiempo, pero muchoooo tiempo escogían “La Casa de los azulejos” era impresionante, sigue siendo, un edificio con mucha historia además de precioso, pero bueno, lo que quiero decir es que las cafeterías de Sanborns eran muy socorridas para las citas de amor, pues se caracterizaban por establecerse en casonas o lugares muy bonitos y claro eso le daba el toque romántico.
Antes, pero muy antes, ir a tomar café a Sanborns era por varias razones: por una cita romántica, por charlar con las amigas o los amigos, por asunto de negocios o qué se yo; ahora ya se ha vuelto una tradición ir solos o con la familia a desayunar todos los sábados y/o domingos.
Se han de preguntar, me van a hablar de la historia de Sanborns o de qué, bueno si les vamos a hablar de una historia pero no de esta cadena, sino de una historia de amor que nos ha acompañado siempre y que por obvias razones centrados en nuestra propia historia romántica ha pasado inadvertida; siempre ha estado ahí y nos la cuentan en las tazas y platos.
Quizá por eso la plasmaron en la vajilla, como un buen augurio, porque ciertamente entorno a una taza de café entre sorbo y sorbo se va tejiendo una historia de amor como la que ahora les contamos:
Esta es la historia de Koong-see y de Chang
Koong-see, hija de un rico mandarín se enamoró perdidamente de su sirviente Chang, sabiendo que su amor era prohibido guardaron en secreto sus sentimientos y su relación.
Ella ya había sido prometida en matrimonio a Ta-Gin, un rico virrey, por eso cuando su padre se enteró de la relación con el sirviente, construye una cerca en los jardines de su casa rodeada de árboles junto al río, para mantenerlos alejados.
La boda arreglada con el rico virrey sería en primavera, en la época en que los árboles de durazno se encuentran en flor.
Koong-see con mucho pesar, va viendo aparecer los primeros brotes del durazno, y como esperanza llega por el río una carta de Chang. Los amorosos continúan escribiéndose a escondidas hasta que deciden escaparse en un bote, pero su padre y sus hombres los siguen de cerca.
Navegan juntos por el río hasta llegar a una isla donde vivirían felices, pero Ta-Gin descubre donde están y mata a Chang. Koong-see, desesperada, prende fuego a la casa y muere envuelta en llamas. Los dioses al ver esta desgracia deciden convertir a la pareja en dos aves unidas por siempre…
Qué les pareció, les aseguramos que no lo sabían, siendo sinceros, tampoco nosotros.
La conocimos porque un día después de desayunar en el Sanborns de la “Casa de los azulejos”, al momento de estar ante la caja para pagar, nuestra vista se dirigió justo a la pared de enfrente en donde enmarcado en un cuadro se encontraba la historia de Koong-see y Chang; a la distancia comenzamos a leer y como curiosos que somos preguntamos al capitán de meseros, quién nos contó la historia que compartimos con ustedes. PdC.