Me topé con “No digas que fue un sueño” por casualidad, cuando entre en una librería de viejo inesperada, recordando vagamente que alguien me había dicho que el autor escribía como un dios.
A punto estuve de botarlo. Ni la prosa elegante de Terenci Moix ni los fascinantes relatos del antiguo Egipto, que me embruja, lograron captar mi atención en las primeras cien páginas. Al contrario, la lectura me resultaba tediosa, y no entendía por qué.
No encontré una respuesta clara, llegué al final, para poder teclear con conocimiento de causa. Fue a partir de la aparición de Octavio y el incremento del elemento histórico sobre el romántico cuando la novela comenzó a interesarme. Aún así, no cumplió con las altas expectativas que tenía, lo que quizá fue parte del problema. Una pena.
Doy la turra, ahora con un dilema filosófico que me surgió: el de la veracidad. Me he dado cuenta de que prefiero una historia completamente inventada a una que adorne personajes históricos con frases y sentimientos que no se pueden saber con certeza.
La representación de Cleopatra, Marco Antonio y Octavio en la novela, así como de los personajes secundarios, me pareció una intromisión en la vida de quienes realmente existieron. No podía evitar pensar qué diría Cleopatra si pudiera leer lo que se ha dicho sobre ella en estas páginas. Aclaro, este problema podría aplicarse a buena parte de la literatura histórica, pero en este caso fue particularmente notorio para mí, lo que indica que algo no funcionó entre “No digas que fue un sueño” y yo.
No estoy diciendo que sea un mal libro; de hecho, disfruté bastante algunas partes. Sin embargo, debo admitir que no me sentí a las orillas del Nilo, Cleopatra no me embrujó, y Marco Antonio lo sentí mentecato. Incluso, me encontré cómodo con los malos.
Es realmente difícil mantener el nivel narrativo de “No digas que fue un sueño” de principio a fin sin cascabelear en algún momento. Como lector comprendo el símil desafiante de escribir una novela tan bien documentada y fiel a la realidad histórica como lo hizo Terenci Moix, y lograr que la narración fluya sin interrupciones. En su momento, esta novela fue criticada por ser premiada gracias a la fama de su autor, lo que aseguraba ventas.
Termino, aunque “No digas que fue un sueño” no cumplió con mis expectativas iniciales y me dejó con sentimientos encontrados, aprecio el esfuerzo y la habilidad de Terenci Moix en su detallada recreación histórica. La experiencia me recordó que las expectativas y gustos personales juegan un papel crucial en cómo recibimos y apreciamos un libro. Y este es prescindible…
Terenci Moix (Barcelona, 1942) Escritor catalán, irrumpió en el mundo literario con La torre de los vicios capitales, que Rafael Conte definió como el libro más importante de autor joven de aquellos años. Ganó el Premio Josep Pla en su primera convocatoria con Olas sobre una roca desierta (1969). Obtuvo los galardones más importantes de la literatura catalana —entre ellos el Ramon Llull con El sexo de los ángeles (1992)— y, en varias ocasiones, el de la crítica. Escribió libros de viajes —Crónicas italianas (1971), Terenci del Nilo (1983) y Tres viajes románticos (1987)— y novelas históricas como El sueño de Alejandría (1988) y Venus Bonaparte (1994). Se convirtió en uno de los escritores más leídos de la literatura española tras la publicación de No digas que fue un sueño (Premio Planeta 1986), con más de un millón de ejemplares vendidos. Su obra póstuma, Los inmortales del cine. Años 60, completa la serie dedicada a los años 20, 30 y 40. Terenci Moix murió en Barcelona el 2 de abril de 2003. PdC.
Escrito por B. Del Ángel.