Pablo Larraín lo ha vuelto a hacer. Después de explorar las vidas interiores de Jackie Kennedy y Lady Di, el cineasta chileno nos sumerge en los últimos días de la diva operística María Callas en María”, una película que no es tanto un biopic como un estudio de personaje teñido de fantasía y melancolía. Es un retrato íntimo que evita la obviedad para ofrecernos una exploración audaz del genio, la vulnerabilidad y la tragedia.

En el centro de este universo está Angelina Jolie, quien entrega una actuación que desafía expectativas y redefine su carrera. Más que encarnar a Marías Callas, Angelina Jolie la reinventa, capturando la esencia de su espíritu con una mezcla de delicadeza y ferocidad.

Desde los gestos majestuosos hasta la fragilidad emocional, Angelina Jolie es magnética. Su interpretación no busca la mímesis vocal ni física, sino algo más profundo: el eco de una mujer que vivió y murió buscando la perfección, tanto en el escenario como fuera de él.

María”, estructurada en tres actos, imagina la última semana de María Callas en 1977, un periodo en el que su cordura y su cuerpo ya están en el límite. A través de flashbacks y secuencias alucinatorias, vemos su tumultuosa relación con el magnate Aristóteles Onassis, su trágico pasado durante la ocupación nazi y su obsesión por recuperar su voz. Pero no se engañen: aquí no hay realismo convencional. Pablo Larraín y el guionista Steven Knight adoptan un enfoque onírico, donde lo real y lo ficticio se entrelazan de manera inquietante. Un entrevistador imaginario, llamado Mandrax (en un guiño al potente sedante que María Callas consumía), sirve como el vehículo narrativo para adentrarnos en los recuerdos de la diva.

La propuesta visual de María” es tan fascinante como su protagonista. El director de fotografía Ed Lachman utiliza una paleta de colores que alterna entre el lujo dorado y la frialdad azul verdosa, simbolizando la dualidad entre la adoración pública y la soledad privada. Los flashbacks se presentan en blanco y negro o super-8, añadiendo una capa de nostalgia que amplifica el impacto emocional. La dirección de arte y el vestuario son exquisitos, pero nunca distraen del verdadero foco: la tragedia humana.

Las actuaciones de apoyo también brillan. Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher, como Ferruccio y Bruna, los devotos empleados de Callas, anclan la historia con su lealtad inquebrantable. Son los únicos testigos de su caída, intentando protegerla de sí misma mientras aceptan que no pueden salvarla.

María”, sin embargo, no está exenta de problemas. Algunas escenas —como las que retratan a una joven María Callas actuando para oficiales nazis— resultan innecesariamente forzadas y disruptivas, más preocupadas por marcar “momentos históricos” que por profundizar en el personaje. Sin embargo, estas pequeñas fallas se pueden olvidar gracias a la monumentalidad de la visión general.

Al final, María” no busca responder preguntas sobre quién fue María Callas, sino plantear reflexiones sobre la fragilidad del genio, la adicción al aplauso y la soledad que conlleva la grandeza. Es, como su protagonista, imponente y desgarradora. Una obra que merece ser admirada en todo su esplendor, como la última aria de una soprano en su crepúsculo. Buena. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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