El Rincón del Loco

“Aún no se lo he dicho a mi jardín” de Pia Pera

Pia Pera escribió “Aún no se lo he dicho a mi jardín” como quien deja una carta en la mesa antes de salir para siempre. Con la muerte tocándole el hombro —una enfermedad degenerativa se la iba llevando a plazos—, Pia Pera encontró en un poema de Emily Dickinson la semilla perfecta para un título que no se queja, pero sí contempla: ¿qué será de mi jardín cuando ya no esté?

Sin embargo, esta pregunta, en apariencia tierna, muta en autocrítica. ¿No es, al final, otra forma de ego inflado el pensar que el mundo va a tambalearse sin nosotros? Nadie es tan importante, ni siquiera para sus plantas. Desde ahí, “Aún no se lo he dicho a mi jardín”: un diario sin maquillaje, íntimo sin lloriqueos, donde Pia Pera se pone a reflexionar —con los pies en la tierra y las manos en la tierra también— sobre la muerte, el cuerpo que se le escurre, el miedo que a veces aprieta, y la belleza que insiste en quedarse.

Lo que hace que “Aún no se lo he dicho a mi jardín” no sea un manual de autoayuda disfrazado de lirismo es, justamente, su lucidez. Pia Pera no dramatiza, no sermonea. Solo observa y escribe con una voz que parece venir de alguien que ya no tiene nada que demostrar. No busca redención, sino presencia. Las flores, las estaciones, los colores, los silencios… todo le sirve como marco para repensar la vida, pero desde el ahora. El jardín —un pedazo de Toscana medio salvaje, medio domado— es el escenario constante, un personaje más. Hay libros que te gritan desde sus páginas; este te susurra desde una silla de mimbre.

Las citas salpican el texto como si fueran hojas al viento: pensamientos sobre la vida sin propósito, el canto por el canto, la belleza muda de lo simple. Hay frases que uno querría anotar en los bordes de la vida: “La antesala de la muerte puede ser muy agradable”, “No te preocupes por las hojas caídas…”. Aquí Pia Pera no esquiva el dolor ni lo dramatiza; lo acomoda, lo examina, y luego lo deja reposar entre los tulipanes.

Y lo más brillante: la honestidad. Pia Pera no se presenta como sabia ni como heroína. Aparece con sus miedos, sus remedios absurdos, su alegría infantil por las flores, su amor por los perros, su necesidad de amigos, de libros, de sopas. La enfermedad no la convierte en santa ni en mártir, pero sí la empuja a un estado de atención radical.

Cuando el final llega —y sabemos que llega— no lo hace como un estruendo, sino como un pétalo que cae. Cierra con un poema leído por una amiga, Vera, como si la autora quisiera dejarnos no una lección, sino una estampa luminosa. Lo que Pia Pera logra con “Aún no se lo he dicho a mi jardín” es lo que pocas veces se logra: convertir la despedida en una fiesta íntima de luz, belleza y lucidez.

Un testimonio que no habla solo de morir, sino de vivir mirando de frente.

 

Pia Pera (Lucca 1956 – 2016) fue una escritora y traductora italiana. Hija de un abogado laboralista y de una filósofa, creció en un ambiente culto y refinado. Estudió Filosofía en la Universidad de Turín y se doctoró en Literatura Rusa en la Universidad de Londres, donde fue alumna de Isabel de Madariaga, hija del historiador español Salvador de Madariaga, lo que le permitió llegar a ser Profesora de Literatura Rusa en la Universidad de Trento. Tradujo del ruso al italiano obras de Pushkin, Lérmontov, Akunin, Chéjov y una larga lista de autores rusos.

Publicó una docena de libros, entre novelas, ensayos y libros de jardinería, a la que era muy aficionada. Mantuvo muchos años una columna semanal sobre jardines en la revista Diario y otra titulada Aprendice (aprendiz) en la revista Gardenia. Enferma desde 2012 de esclerosis lateral amiotrófica, murió en 2016 a la edad de 60 años. PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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