Historias Comunes

El día que no sea día de la madre

Por Bernat del Ángel.

 Llámala, joder. Llámala ahora.
No esperes a que sea domingo, su cumpleaños, diez de mayo, o que te invada el remordimiento como quien encuentra una mancha seca en la camisa. No esperes a tener algo brillante que contarle, ni a que se alinee tu agenda con los astros. Llámala porque sí, y punto.

Llámala porque el amor no se programa por algoritmo.
Porque tu madre no es una notificación, ni un trámite. Es un milagro antiguo al que hace tiempo dejaste de prestar atención, como si ya viniera con la cuota pagada de por vida.

No importa si estás hasta el copete de trabajo, si estás en plena crisis existencial, o si acabas de salir del gimnasio con la autoestima inflada. Llámala igual.
Y si no lo haces, ya te lo digo yo: eres un zángano sin remedio.

¿Sabes por qué no te llama ella?
Porque no quiere importunarte. Porque piensa que estás ocupado. Porque te ama más de lo que tú no amarás a nadie. Jamás.
Porque las madres, las de verdad, no exigen. Esperan.
Esperan con la paciencia triste de quien ha aprendido a conformarse con las sobras del tiempo.

Y tú, tan ocupado en tus cosas, creyendo que siempre habrá un mañana. Que ya la llamarás. Que en cuanto te desocupes. Que después del partido. Que cuando te sientas con ánimo.

Llá-ma-la.
Y si no tienes nada que decirle, mejor.
Que te lo cuente ella.
Deja que te hable de lo que tú no te atreves a preguntar: de las veces que te tapó a las tres de la mañana, de cuando se comió tus enfados como si fueran caramelos amargos, de las ocasiones en que aguantó el llanto para no preocuparte.

Y tú ahí, tan chulo, creyéndote hecho a mano, como si hubieras nacido duchado y con el currículum bajo el brazo.

Qué poca memoria tenemos para lo que duele a otros.

Llámala, porque no siempre estará. Y cuando falte, te aseguro que te acordarás de todas las veces que no lo hiciste.
Y créeme, no hay arrepentimiento más jodido que ese:
el de no haber llamado a tiempo.

Hazlo ahora.
No le cuelgues con la excusa estúpida de que te entra otra llamada más urgente.
¿Urgente para quién, imbécil?
Urgente es el amor que caduca. Urgente es lo que un día se vuelve irreparable.

Cuando te pregunte por qué la llamas, responde lo que te dé la gana. Invéntate una excusa si eres cobarde. Dile que pasabas por allí, que te acordaste, que te sobró un minuto.
Ella te creerá. Las madres siempre creen.
Y encima agradecen.

Pero si tienes un ápice de decencia, dile la verdad.
Dile que la echas de menos.
Dile que la estás llamando porque tu vida sería mucho peor sin haberla tenido.
Dile gracias.
Gracias, mamá.
Dos palabras. No necesitas más.

Y cuelga sabiendo que por un día —aunque solo sea uno— estuviste a la altura del hijo que ella merecía. PdC.

Deja un comentario

Your email address will not be published.

Te puede gustar