A veces pensamos, no, la mayoría de las veces pensamos que la vida para que sea grandiosa debe estar hecha de grandes momentos, sin embargo, un evento que me sucedió que les voy a contar, me hizo ver que la vida también está hecha de situaciones sencillas que sin darnos cuenta nos traen serenidad.

Ayer estaba en casa tranquila con mis lindas mascotas, cuando de pronto Sr. Miau salió corriendo porque vio algo y claro, yo atrás de él; cuando llegué a donde estaba observando, descubrí un hermoso regalo que llegó a casa.

Era un pajarito, para ser más exactos una tortolita, que recuerdo que mi mamá les llamaba coconita, pero bueno lo que me intrigó es que chocó con la pared y cayó al suelo. Afortunadamente como Sr. Miau traía su correa (esto para evitar que salga corriendo, se vaya a vagabundear, nos tenga con el “Jesús en la boca” buscándolo por todas parte y nos cueste un buen tiempo en regresarlo a casa) no pudo alcanzarlo.

Lo levante, empecé a revisarlo, y como era de esperarse, también entraron en acción mis hijos. Cada uno dio su punto de vista; el primero fue mi hijo quien tajante me dijo: “no se te ocurra adoptarlo ya semos muchos”; mi hija lo empezó a revisar y con su  opinión de experta (como sabe mucho de animales) diagnosticó: “tiene el ala rota hay que llevarlo al veterinario”.

Después de escucharlos pacientemente entre yo en acción y tomando las cosas en mis manos les dije: “punto uno, no lo voy adoptar y dos, no tiene el ala rota, lo más probable es que esté cansado y desorientado porque además de ser pequeño, el golpe lo aturdió.

Como  buena mexicana  que se respeta saque una caja de zapatos le coloque  unos trapitos y lo tapamos para dejar que descansará, además de ponerle agüita para que se refrescara. Estuvo un buen tiempo dormidito y claro, cuidando que Sr. Miau no se acercara porque no le quitaba la vista de encima.

Después de un rato que descansó y que se refrescó, empezó a mover sus alitas; me di cuenta que estaba bien, que no tenía nada grave y que ya quería regresar a su vida de libertad. Así que lo puse en el barandal de mi casa y dejé que tomará la decisión de abrir sus alitas, recuerdo que volteó a verme y tomo vuelo  para continuar su camino.

Sentí un vacío cuando se fue,  no estuvo mucho tiempo con nosotros pero sentí que había sido una eternidad, esta visita inesperada me hizo tener paz en el corazón y  su estancia fue  un remanso en mi alma, tal vez como si me hubiera visitado un ser muy querido… y quien dice que no fue alguno de mis padres que vino a ver como estábamos.

Hasta antes de que llegara el hermoso regalo, cada uno de nosotros estábamos inmersos en nuestras actividades, en nuestros propios mundos; el tener ahí al pajarito hizo que nos acercáramos más; dio pie a hacer un espacio en nuestras labores y comenzar a platicar, a dar mil conjeturas sobre el por qué había llegado…

En fin, agradezco la oportunidad que me dio la vida en poder auxiliarlo y espero que tenga una vida larga y feliz; me gustaría que viniera otra vez… quien sabe tal vez se repita esta visita. PJ/PdC.

Historias Comunes. La vida es como tú la cuentas, porque es como tú la vives…

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