Ya sea el amigo, el profesor, los tíos, los hermanos o los familiares, convivir de manera cotidiana con ellos influirá en la forma de ser, de actuar de una persona; se quiera o no uno puede llegar a ser ejemplo ya sea para bien o para mal, y si de los padres se trata con mayor razón, por eso los expertos alertan que los hijos pueden llegar a ser el reflejo de los padres y advierten que ellos no sean el reflejo de su pesimismo o desilusión por la vida.
Si los pequeños viven preocupados, frustrados o ansiosos o con baja autoestima, tenga cuidado, pues son el espejo no solo de sus padres, sino también de su entorno, quizá saturado de pesimismo o incluso de catastrofismo.
O de lo contrario, son padres con ilusiones, con entusiasmo por la vida, con capacidad de asombro, de creer en fechas importantes, de tradición, ¡felicidades!, sus hijos son niños felices, sanos emocionalmente hablando, porque son el reflejo de sus padres.
Y es que como señala la directora del Centro de Especialización de Estudios Psicológicos en la Infancia (CEEPI), Claudia Sotelo Arias, los niños en términos generales calcan las creencias de sus padres.
Es decir, el pesimismo que asumimos de la vida se verá reflejado de inmediato en los hijos. Si no creemos en nada, los niños pequeños también creerán que viven en un mundo en donde a lo mejor nada vale la pena.
Y eso, hay que ponerse en alerta, es nocivo porque más tarde podrían desarrollar trastornos emocionales: una niñez desconfiada dará como resultado a adultos hostiles y altamente egocéntricos, considera la experta Sotelo.
La realidad de los adultos no puede ser vivida de igual manera por los niños, es fundamental que los niños mantengan la ilusión por ejemplo de fechas como navidad, fin de año, porque simboliza, entre otras cosas, unión familiar y valores como el amor, la amistad, la confianza y la honestidad, comenta la psicóloga infantil del CEEPI, Susana Salazar Gómora. PdC.
Foto de Andrea Piacquadio.