A raíz de la muerte de su autor, la fama de “El Plantador de Tabaco” estaba repuntando que, al final, me lancé a leerlo, a pesar de su imponente tamaño, y de lo que, para muchos, parecía una historia enmarañada.
La crítica había hablado maravillas y me decidí a enfrentarlo. Este libro, publicado por John Barth en 1960, no es sólo una historia sobre aventuras y desventuras, sino una mirada irónica y satírica a la literatura de aventuras clásica y, por extensión, a la misma idea de escribir y narrar. Lo que John Barth hace aquí no es sólo relatar una historia sobre un joven poeta en el siglo XVII, sino también jugar con los géneros, trastocar expectativas y darle una vuelta de tuerca a las convenciones literarias. El título no es casual: “El Plantador de Tabaco” se puede leer como una metáfora de la propia experiencia de escribir y de la contradicción entre lo ideal y lo real.
El protagonista, Ebenezer Cooke, es un joven poeta con más ambición que talento, que se aventura a Maryland en el año 1694, para administrar la herencia de su padre y, a su vez, componer una oda a esta tierra prometida. En su viaje, se enfrenta a las dificultades de la vida real, y la trama se convierte en una travesía llena de errores, decepciones y tentaciones. Este joven poeta se enfrenta a la crudeza del mundo y a su propio deseo, de una manera que, en ciertos momentos, resulta cómica, pero que también permite una reflexión profunda sobre el amor, la sexualidad y la moral. Y no se trata solo de un viaje físico, sino también de un recorrido dentro del caos mental de Ebenezer, que se ve atrapado entre lo ideal y lo terreno. “El Plantador de Tabaco” se adereza con escenas cargadas de humor, erotismo y un tono jocoso que aligera lo que podría ser una pesada narrativa, y que convierte el relato en algo casi lúdico.
El protagonista, un tanto torpe, idealista e inexperto, es acompañado por una serie de personajes igualmente complejos, que enriquecen la trama. Uno de los más fascinantes es Henry Burlingame, su preceptor, un hombre camaleónico que juega con las identidades y las formas de amor, desde lo político hasta lo personal, y cuya presencia transita entre lo cómico y lo desconcertante. A su lado, el fiel criado Bertrand actúa como un Sancho Panza, burlándose de las ilusiones de su amo y dándole un contraste terrenal. Esta relación es un claro guiño al Quijote, y más aún a la tradición de la novela picaresca, en la que el protagonista noble pero ingenuo se ve rodeado de personajes que lo sacan de su idealismo.
Lo que realmente le da un giro a “El Plantador de Tabaco” es su estructura postmoderna. No solo juega con los géneros y la literatura del siglo XVII, sino que también se coloca dentro de una conversación literaria mucho más amplia sobre la autoría y la narración misma. John Barth no sólo está contando la historia de Ebenezer, sino que está reflexionando sobre lo que significa contar historias, sobre el papel de la ficción en la vida y sobre las paradojas del deseo y la moral. Lo que en principio parece un relato de aventuras, va desvelando, capa tras capa, una serie de metanarrativas que cuestionan la propia naturaleza del relato, la veracidad de los hechos y la forma en que los interpretamos.
La obra de John Barth es, en muchos sentidos, un homenaje a la novela de aventuras clásica, pero también es una crítica mordaz y paródica de esos mismos géneros. Al incorporar temas filosóficos, satíricos y metaficcionales, “El Plantador de Tabaco” se aleja de la tradicional novela histórica y se convierte en un comentario sobre la ficción misma. ¿Es esta novela “imprescindible”? En muchos sentidos sí, pero no de la forma tradicional en la que entendemos esa etiqueta. Es una obra desafiante que puede no resonar con todos, pero que, sin duda, ofrece una lectura compleja, irónica y llena de capas. “El Plantador de Tabaco” nos obliga a cuestionar el sentido de la historia, de la literatura y, sobre todo, de la vida misma, mientras nos deja disfrutar de una historia increíblemente entretenida.
Así que, aunque puede que no sea una “lectura fácil”, el viaje a través de “El Plantador de Tabaco” es una experiencia única, que mezcla la reflexión y la diversión con un enfoque narrativo deslumbrante. Una novela que, como un buen whisky, debe degustarse lentamente, saboreando cada giro, cada personaje y cada reflexión.
John Barth (Maryland, 1930-Florida, 2024) fue un escritor, crítico literario y profesor universitario estadounidense, conocido por su trabajo de corte posmodernista y metaficcional. La primera novela publicada fue La ópera flotante (The Floating Opera, 1956). La obra, muy influenciada por el existencialismo francés (especialmente por Sartre y Camus), está narrada en primera persona por su protagonista, Todd Andrews, un abogado de Maryland que rememora en 1954 los acontecimientos que le llevaron, un día de junio de 1937, a tomar la decisión de suicidarse. La obra fue nominada para el National Book Award. PdC.
Escrito por B. Del Ángel.