A la Tercera

Fanny, la lechuza

*Paco Salgado

El sol de Orizaba, allá por el lejano verano del 69, a lo lejos se observaba como se reflejaba en la nieve que cubría los volcanes, cuando Emmanuel y Francisco, con la osadía de sus dieciséis años recién cumplidos, se conjuraron en silencio. Su plan, tan audaz como descabellado, era cruzar la sierra hasta Capilla, Oaxaca, sin más equipaje que la ilusión y la firme convicción de encontrar a su amigo del alma, José Luis.

José Luis, el más idealista de los tres, había partido meses atrás para unirse a las brigadas del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), llevando salud y esperanza a las comunidades rurales dispersas en la intrincada geografía oaxaqueña. Sus cartas, escritas con tinta azul sobre papel delgado, encendían la imaginación de Emmanuel y Francisco, pintando un mundo de desafíos y recompensas que anhelaban experimentar.

Así, una mañana fresca, sin despedirse más que de la imponente silueta del Pico de Orizaba, los dos amigos se lanzaron a la aventura. El primer tramo lo cubrieron a pie, sus jóvenes piernas marcando el ritmo sobre el empedrado camino. Pronto, la suerte les sonrió en forma de un viejo camión de redilas cargado de naranjas. Con una sonrisa pícara y palabras amables, convencieron al chofer de llevarlos unos kilómetros, aferrándose a la barandilla mientras el paisaje veracruzano desfilaba ante sus ojos.

La siguiente etapa fue más emocionante, aunque no exenta de peligro. Supieron del rumor de un tren de carga que se dirigía al sur y, con el corazón latiéndoles, lograron colarse como polizontes en uno de los vagones. El traqueteo metálico, el silbido lejano de la locomotora y el paisaje borroso que se colaba por las rendijas se grabaron en su memoria como un recuerdo imborrable de su juventud.

El viaje continuó con la generosidad inesperada de camioneros que transportaban caña de azúcar, hombres curtidos por el sol que compartían con ellos agua fresca y tortillas. Cada aventón era una historia, cada rostro un nuevo aprendizaje. La pobreza y la riqueza, la bondad y la desconfianza se cruzaban en su camino, moldeando su visión del mundo.

Finalmente, después de días de peripecias y noches estrelladas al ras del cielo, llegaron a Capilla. El pequeño pueblo, enclavado en la sierra, parecía un remanso de paz. Preguntaron por José Luis y pronto una sonrisa familiar iluminó sus rostros. El abrazo fue fuerte, cargado de la emoción del reencuentro y la alegría de la aventura cumplida.

José Luis, con la serenidad que le había dado el contacto con la gente sencilla y sus necesidades, los recibió con los brazos abiertos. Compartieron historias, risas y la sencilla comida de la comunidad. Emmanuel y Francisco admiraban la dedicación de su amigo, su compromiso con aquellos que más lo necesitaban.

Durante su estancia, en una de sus caminatas por el monte, encontraron una pequeña lechuza herida. Con cuidado y ternura, la curaron y la alimentaron, llamándola Fanny. La lechuza se convirtió en su compañera inseparable durante esos días en Capilla.

Cuando llegó el momento de regresar a Orizaba, José Luis, con la modestia que lo caracterizaba, les entregó un poco de dinero que había ahorrado. El viaje de vuelta fue más tranquilo, aunque la nostalgia por dejar a su amigo y la pequeña comunidad ya se hacía presente.

De regreso en Orizaba, Fanny, viajó con ellos, posada en el hombro de Emmanuel. Sin embargo, sabían que su lugar no era una jaula en la ciudad. Una tarde, en las faldas del Pico, con el sol tiñendo el cielo de naranja, abrieron sus manos y Fanny alzó el vuelo, perdiéndose en la inmensidad del horizonte.

Los años pasaron, las vidas de Emmanuel y Francisco tomaron rumbos distintos, pero el lazo forjado en aquella aventura juvenil jamás se rompió. Las canas adornaban sus sienes y las arrugas surcaban sus rostros, pero cada encuentro era una chispa que reavivaba las memorias de aquel viaje iniciático. Recordaban las noches estrelladas, la generosidad de los desconocidos, la emoción del reencuentro con José Luis y el vuelo libre de Fanny.

José Luis partió hace algunos años, dejando un vacío imborrable. Pero Emmanuel y Francisco, ahora septuagenarios, seguían reuniéndose, compartiendo un café y recordando aquella travesía de juventud. En sus ojos brillaba la misma chispa aventurera de aquellos jóvenes que, sin un peso en la bolsa, se atrevieron a cruzar la sierra en busca de un amigo, cosechando a cambio una amistad eterna y un puñado de recuerdos imborrables. La lechuza Fanny voló libre, pero el espíritu de esa aventura perduraba, tan fuerte como el lazo que unía a esos dos viejos amigos. PdC.

Foto de Magda Ehlers.

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