El término bipolar se ha hecho de uso común, cuando alguien pasa del llanto a la risa o de la ira a la felicidad o cuando se está en histeria o en estrés, es cotidiano que digan: “no le hagas caso está bipolar…”. Se usa como una etiqueta para descalificar y hasta para discriminar.
Desafortunadamente, este mal no es cualquier cosa, y quien etiqueta debería pensar primero lo que sufre quien la padece, pues el trastorno bipolar provoca un deterioro generalizado que se extiende durante dos o tres años, de ahí la dificultad para ser diagnosticado.
El padecimiento se caracteriza por la alternancia de episodios maníacos y depresivos, y afecta a cerca del tres por ciento de la población del mundo, refiere la Organización Mundial de la Salud.
Quien padece el trastorno pasa a estados de mucha agitación, donde pareciera que hay una confianza plena de la persona en que puede realizar cualquier actividad, sin encontrar dificultades”, detalla el doctorando del área de Psicología y Salud.
Aun cuando es controlable, se requiere de medicación y tratamiento terapéutico por varios años, que permite a las personas ser funcionales, sentirse felices en su entorno y convivir de manera adecuada, explica el académico de la Facultad de Psicología de la UNAM, Samuel Acosta Galván.
En los periodos de depresión las personas se muestran decaídas y pierden interés por lo laboral, escolar, familiar, social, sexual.
El especialista señala que si hay mayor presencia de periodos maniacos, se trata de trastorno bipolar tipo uno; en cambio, al haber más lapsos depresivos, es del tipo dos. El diagnóstico suele darse al final de la adolescencia y principios de la edad adulta, de los 15 a 25 años de edad.
Ante este escenario, la persona debe buscar ayuda tanto psiquiátrica como psicológica para que el diagnóstico sea confiable, sugiere el experto universitario.
Los psiquiatras pueden ayudar en el aspecto relacionado con medicamentos para estabilizar el estado de ánimo; y los psicólogos mediante terapias conductuales que permitan a los pacientes encontrar formas de relacionarse con el mundo externo y desempeñar sus actividades cotidianas en la sociedad.
Ya que se trata de desregulaciones de neurotransmisores con los cuales el cerebro se comunica. Al estar desregulados generan variaciones de estados de ánimo, que pueden ser notorios para las personas que rodean a quienes tienen este trastorno.
Acosta Galván asegura que la detección se dificulta porque sigue existiendo estigma sobre las enfermedades mentales. Además, afectan cuestiones culturales como que a los hombres se les atribuya ser impulsivos al tomar decisiones, ser arrebatados.
“Más que pensar en un posible trastorno bipolar, se dice que una persona es aventurada. Por ejemplo, si tiene varios accidentes, se dice que es un hombre que se arriesga, pero probablemente tiene una desregulación neuronal que lo lleva a ponerse en situaciones constantes de riesgo”, argumenta.
En el caso de las mujeres, se espera que sean tranquilas y no den problemas, y su trastorno puede pasar inadvertido ante su familia y/o en la escuela.
“En ellas hay mayor solicitud de consulta cuando son adultas porque hay más síntomas relacionados con depresión. Así vemos como las normas culturales afectan a ambos: mientras que en los hombres pareciera que lo normal es la manía; en las mujeres se creería que lo normal es la depresión”, detalla. PdC.