Hace 29 años en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina, una familia pereció al inhalar gas cianhídrico que emanó por una de las coladeras de su casa.
Nadie había arrojado como tal el gas cianhídrico, y menos deliberadamente. Sin embargo, el mortífero gas se había formado al mezclarse dos sustancias que en acciones distintas e irreflexivas fueron desechadas por la cañería a lo largo del 27 de septiembre de 1993.
Ese infausto día, algún individuo, familia o industria vació ácido sulfúrico en el desagüe, mientras otra u otras personas depositaron en la cañería sales de cianuro. Al mezclarse ambas sustancias produjeron el mortífero gas cianhídrico. Siete personas murieron, cuatro de la familia Guim.
Esta tragedia dio origen al Día de la Conciencia Ambiental. En consecuencia, en 1996 Argentina creó una ley para convocar a sus ciudadanos a crear conciencia sobre la responsabilidad que debemos tener sobre actos que nos pueden colocar frente a situaciones de emergencia de consecuencias fatales.
Fue así como se estableció el 27 de septiembre como Día de la Conciencia Ambiental, conmemoración que México y muchos otros países adoptaron como un acto de solidaridad con el pueblo argentino.
Ayer fue Día de la Conciencia Ambiental, pero así como está nuestro mundo, nuestro entorno, nuestro planeta, todos los días deberían ser de conciencia hacia nuestras acciones, pues algo que pudiera ser tan “inocente” o simple puede llegar a ser un acto que origine tragedias como la narrada o peor aún.
Por eso, una forma de ser conscientes es que cada uno de nosotros asumamos nuevas actitudes para mejorar el planeta y evitar catástrofes de grandes magnitudes.
Y como señala la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, un buen ejercicio ciudadano es preguntarnos qué es para nosotros la conciencia ambiental, si tenemos idea de los problemas ambientales actuales y, en su caso, qué podemos hacer como individuos para mejorar el espacio que ocupamos y, mejor aún, revertir las condiciones adversas que se presenten.
Cuando simplemente abrimos un grifo en casa para realizar cualquier actividad doméstica, como lavarnos las manos, ¿hemos pensado a dónde llegará el agua que desaparece rápidamente por el lavabo?
¿Qué trayecto seguirá una vez que se mezcle con la que sale de millones de casas, industrias, escuelas, comercios y otros, y qué efectos puede tener en ese recorrido para las personas, la fauna y la flora, los suelos, la atmósfera, los suelos y los cuerpos de agua?
Si fumamos un cigarro ¿hemos imaginado qué pasa con el humo que arrojamos? ¿Mágicamente se disuelve el aire sin consecuencia alguna? O ¿se suma al humo que emana de millones de otros pitillos y a otras sustancias que salen de fuentes diversas? ¿Qué pasa entonces?
En el caso de los residuos sólidos que acumulamos primero en casa y luego llevamos al camión de la basura, seguramente todos experimentamos un gran alivio al deshacernos de esos volúmenes estorbosos y, si son orgánicos y en su descomposición generaron lixiviados nos irritan el sentido del olfato, además de que atraen fauna nociva voladora y rastrera.
¿Acaso hemos pensado en qué pasará con las miles de toneladas que entre todos acumulamos? ¿A dónde serán depositadas? ¿Algún porcentaje de esas montañas podrá ser reciclado o reutilizado?
En fin, la lista de lo que podemos evitar, modificar, ahorrar es larga, y también son varias las acciones que podemos impulsar para que cambie el estado de cosas que nos incomoda, irrita, enferma y, en los peores casos, nos pueden llevar a la muerte, y a una mayor degradación ambiental.
Nuestras nuevas acciones deben implicar conciencia ambiental y los problemas que se presentan podemos abordarlos desde distintas aristas, con creatividad y tesón, porque tener conciencia ambiental es asumir responsabilidades y emprender conductas en favor de nuestra casa común, el planeta. PdC.
Con información de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Foto de Lisa Fotios.