La Libreta del Cine

Warfare – Tiempo de guerra

Hay películas que te sacuden con lo que muestran. “Warfare – Tiempo de guerra” lo hace, sin pedirte permiso y sin avisarte que lo que vas a ver no es exactamente una historia, sino un recuerdo crudo, un instante congelado en la memoria de quienes estuvieron allí. Alex Garland y Ray Mendoza no hacen concesiones: no hay música para guiarte, no hay discursos patrióticos, ni siquiera hay contexto. Estás en Irak, 2006. Punto. Te subes o te quedas. Jalas o te resbalas.

La cámara no entra a conocer a los personajes, no pregunta por sus sueños ni su infancia. Solo estás ahí, con Erik (Will Poulter), el líder; Elliott (Cosmo Jarvis), el francotirador de mirada tensa; Tommy (Kit Connor), el novato; y Ray, interpretado por el magnético DPharaoh Woon-A-Tai, que además de actuar, dirige. Un pelotón que existe solo en el ahora, en la urgencia de la guerra. No hay pasado ni futuro. Solo el infierno del presente. Calientito.

Y vaya que el infierno está bien filmado. Sonido que duele, explosiones que te sacuden las tripas, planos amplios que no te dejan escapatoria. Técnicamente, la película es un logro: 95 minutos que se sienten como un disparo que no termina de salir. Todo muy bien, hasta que empiezas a preguntarte por lo que no está.

Porque sí, la historia es real. O al menos, está basada en recuerdos reales. Pero Warfare – Tiempo de guerra decide contar solo una parte: la de los SEALs. Los iraquíes que aparecen (familias, mujeres, niñas, dos intérpretes) son poco más que ruido de fondo, figurantes del trauma ajeno. Ni sus voces ni sus muertes importan demasiado, ni para los soldados ni para el guion. ¿Es una decisión narrativa? Puede ser. ¿Es cómoda? Para nada.

Alex Garland y Ray Mendoza lo dijeron: no quieren hacer un comentario político. Pero cuando estás hablando de una guerra real, en un país real, con muertos reales, el silencio también dice algo. Y no siempre es bonito. Mostrar el horror sin explicar por qué está pasando no es neutralidad: es evasión.

Y sin embargo, algo hay en Warfare – Tiempo de guerraque atrapa. Es visceral, sí. Auténtica, en su dureza. DPharaoh Woon-A-Tai se roba la pantalla, y la tensión no suelta. Pero a pesar de sus buenas intenciones y su potencia sensorial, queda la sensación de que algo falta. No contexto, sino propósito. ¿Qué nos quiere decir esta película? ¿Qué añade al género? ¿A quién va dirigida? La respuesta, como los civiles iraquíes, queda en el margen.

Warfare – Tiempo de guerra no es una mala película. Es una experiencia intensa. Pero cuando baja el humo, no queda mucho más que una postal del caos. Y para una guerra que ya fue tan manipulada, tan narrada desde un solo lado, quedarse solo con los recuerdos de los invasores puede ser otra forma —involuntaria, quizá— de borrarlo todo. Regular. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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