Jesse Eisenberg, conocido por su habilidad para encarnar personajes neuróticos y complejos, se adentra en su segunda aventura como director con “Un dolor real”.
Inspirándose en sus raíces judías, Jesse Eisenberg nos presenta una película que explora los matices del duelo, el legado familiar y las cicatrices del pasado, todo ello envuelto en una narrativa que oscila entre el humor y la introspección. Aunque la premisa promete un viaje emocional profundo, la ejecución tiene momentos de genialidad mezclados con otros algo deslucidos.
La historia sigue a David Kaplan (Jesse Eisenberg), un neoyorquino ansioso, padre de familia y adicto al trabajo, quien, tras la muerte de su abuela, se embarca en un viaje a Polonia junto a su primo Benji (Kieran Culkin), un espíritu libre y emocionalmente caótico. Lo que comienza como una excursión para reconectar con sus raíces judías y rendir homenaje a su abuela, se transforma en una exploración de su relación fracturada y los ecos del Holocausto que todavía resuenan en su familia.
Benji, interpretado con una energía magnética por Kieran Culkin, es el corazón del filme. Su personalidad extrovertida y errática choca constantemente con la naturaleza rígida y reservada de David. La dinámica entre ambos primos es un espectáculo en sí mismo: un tira y afloja entre el amor fraternal y la exasperación mutua. Kieran Culkin ofrece una actuación multifacética, equilibrando la comedia con momentos de vulnerabilidad desgarradora, mientras que Jesse Eisenberg opta por un papel más contenido, actuando como el ancla emocional de la trama.
El viaje de los primos se entrelaza con momentos de tensión histórica, como su visita a un campo de concentración y un incómodo trayecto en un tren de primera clase que evoca las sombras de los trenes de la muerte. Estas escenas, aunque poderosas, a veces parecen forzadas dentro de un guion que no siempre logra cohesionar su tono dramático con los momentos más ligeros.
Jesse Eisenberg demuestra sensibilidad en su dirección, pero también se queda corto en algunos aspectos. La fotografía, aunque funcional, carece de la profundidad visual que una historia tan cargada de simbolismo podría haber explorado. El uso del piano clásico de Chopin, aunque emotivo, llega a saturar en ciertos momentos, robando protagonismo a las escenas más íntimas.
A pesar de sus defectos, “Un dolor real” ofrece reflexiones valiosas sobre el peso del pasado y la forma en que el dolor se hereda y se procesa de generación en generación. ¿Es justo comparar el sufrimiento individual con las tragedias históricas? “Un dolor real” sugiere que todo dolor, grande o pequeño, merece ser validado, una idea que resuena en el espectador mucho después de que los créditos hayan terminado.
Concluyo, “Un dolor real” se sostiene gracias a las actuaciones de su dúo principal y su habilidad para encontrar humanidad incluso en los momentos más incómodos. Aunque podría haberse beneficiado de un guion más pulido y una narrativa más ágil, “Un dolor real” logra conmover con su honesta exploración de las complejidades del duelo y la identidad. Una experiencia agridulce que, si bien no es perfecta, deja una huella emocional significativa. Buena. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.