“Los colonos”  es un elegante neo-western chileno sobre un tema brutal.

Artísticamente cautivadora aunque dramáticamente directa, Los colonos” es la propuesta de Chile para la categoría de Mejor Película Internacional en los Premios Oscar, un tipo de western que critica las razones del género.

Dirigida por Felipe Gálvez, esta ópera prima se sitúa en 1901. En inglés y español, la historia se desarrolla en las praderas del archipiélago de Tierra del Fuego, donde, al estilo del campirano clásico, sigue la misión de tres hombres por encargo de su patrón, Don José Meléndez, para “limpiar la isla” y abrir un camino para conducir sus ovejas hasta la costa atlántica.

Presentada con títulos de capítulos y filmada por el cinematógrafo Simone D’Arcangelo en el formato cuadrado antiguo con zooms, panorámicas y una partitura orquestal pesada, la película no oculta sus conexiones con el género de John Ford o Sergio Leone.

Tenemos a tres no-amigos en una misión de “civilización”. El capataz, Alexander MacLennan (Mark Stanley), un escocés y veterano de la Guerra Bóer, ataviado con un incongruente abrigo rojo del ejército británico por el terreno rodeado de montañas.

Le sigue Bill (Benjamin Westfall), un mercenario insubordinado de Texas. El tercer miembro, y nuestro punto de vista no confiable sobre la misión, es el tirador mestizo en gran medida silencioso, Segundo (Camilo Arancibia), reclutado de la cuadrilla de construcción de cercas.

Pronto descubrimos que “limpiar la isla” significa lavar el paisaje con la sangre de sus habitantes actuales. Cuando ven una columna de humo, se acercan a una aldea indígena y, en una escena de caos, matan a todos excepto a una mujer sobreviviente que los hombres blancos violan. Segundo, en contra de su voluntad, se ve obligado a cometer un acto de violencia diferente.

Llena de racismo, competencia violenta y encuentros homoeróticos, Los colonos” incluye todo lo que podríamos sospechar pero que nunca llegó a los tradicionales filmes de vaqueros de Hollywood, tratados aquí como herramientas de propaganda colonial.

Felipe Gálvez busca llamar la atención sobre el genocidio real de los 4,000 Selk’nam que vivían en Tierra del Fuego, el archipiélago al sur de América, un crimen reconocido oficialmente por el gobierno chileno el año pasado.

Varios personajes de la película se basan en figuras históricas, incluyendo al terrateniente José Menéndez y al psicópata MacLennan, conocido como “El Cerdo Rojo” por la ferocidad de sus crímenes, tanto verificados como rumorados. La estilización intencional de la película, junto con actuaciones desiguales y diálogo rígido, tiende a mantener la violencia a cierta distancia emocional.

Pero en el momento en que ya hemos sido sometidos a suficiente crueldad, Felipe Gálvez cambia el tiempo y el lugar con un efecto escalofriante.

En el último tercio de “Los colonos”, se produce un cambio de la violencia íntima a su prima más refinada: la negación civilizada y despectiva de los crímenes.

En el epílogo,Los colonos” cambia de tono nuevamente, de la amargura al patetismo, mientras el inspector rastrea al tirador mestizo Segundo, que vive en reclusión en una isla de pescadores con su esposa Kiepja (Mishell Guaña), una fugitiva del genocidio, obligados a participar en el inevitable proyecto de lavado de manos de la propaganda gubernamental.

Crítica de Antelmo Villa.

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