Desde los primeros segundos, Jupiter” te lanza a dos mundos: el real y el que flota allá, entre nubes de gas, como promesa de redención. La voz en off te susurra como gurú de feria que ya estás libre, que el alma se eleva, que lo dejas todo atrás. Corte seco: de repente estamos en una fiesta de espuma en Leipzig, entre adolescentes que bailan con la euforia propia de quien aún no sospecha lo que el destino (y los padres) les tienen preparado. Ahí está Lea, nuestra protagonista, interpretada con sorprendente hondura por Mariella Aumann.

Benjamin Pfohl, debutante en largo formato pero con mano firme, construye una historia que parece un cóctel, drama familiar con traumas arrastrados y ciencia ficción mística con aroma a gurú de pseudociencia. Todo parte de una pregunta inquietante: ¿qué hace una adolescente cuando sus padres deciden entregarse, con familia y todo, a una secta que predica un viaje místico al planeta piter? No en sentido figurado. Literalmente: hay un cometa llamado Calypso y un líder carismático (Ulrich Matthes, siempre magnético) que promete salvación más allá del sistema solar.

Pero este no es un thriller de acción ni una película de efectos espaciales. Es una historia íntima y progresiva sobre la seducción de las ideas extremas, el escape emocional y la búsqueda de sentido en un mundo que muchos sienten hostil. Mientras los adultos renuncian a la razón y se aferran al delirio, Lea empieza su propio viaje: no hacia otro planeta, sino hacia el despertar de su criterio, de su identidad y de su resistencia.

Jupiter” brilla cuando explora lo cotidiano en contraste con lo cósmico. Las imágenes del majestuoso piter, con sus nubes eternas, se oponen a la confusión adolescente de Lea: fiestas, besos inciertos, dudas existenciales y un hermano menor con una ansiedad que nadie parece entender, excepto ella. El guion (coescrito por Silvia Wolkan) no se ahorra los clichés de los dramas familiares, pero se permite momentos de verdad emocional, sobre todo en los silencios y en los gestos no dichos. Mariella Aumann lo transmite todo con la mirada: la ingenuidad, el miedo, la furia contenida y, sobre todo, esa rabia justa del que empieza a pensar por sí mismo.

Sí, hay decisiones discutibles: el retrato de la secta roza el estereotipo, el origen de la radicalización se simplifica demasiado y el giro final cae en lo previsible. Pero el corazón del filme late con fuerza en la tensión entre la fe ciega y la lucidez adolescente. Visualmente, la cinta es un regalo: la cámara de Tim Kuhn equilibra lo onírico con lo crudo, y las atmósferas logran que el espectador sienta el vértigo del salto al abismo… o a la lucidez.

Jupiter” es menos una historia sobre el espacio y más una advertencia emocional sobre los vacíos que llenan las sectas, la fragilidad de los adultos y la resiliencia feroz de una joven que decide quedarse en la Tierra… y salvarse sola. Buena. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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