El Rincón del Loco

“Solito” de Javier Zamora

Hay libros que golpean. Otros que susurran. “Solito”, del poeta salvadoreño Javier Zamora, hace ambas cosas a la vez: sacude como desierto en la cara y acaricia con la ternura de un niño que aún no entiende el mundo que lo está devorando. Es la crónica en carne viva de un viaje que no debería existir: un niño de 9 años cruzando medio continente —de El Salvador a Estados Unidos— solo, sin sus padres, con un coyote como guía y la supervivencia como única garantía.

Pero Javier no está del todo solo. Pronto se une a una “familia falsa”: Chino, el hermano mayor que nunca tuvo; Patricia, la madre sustituta que le recuerda demasiado a la propia; y Carla, la niña con la que comparte risas, silencios y miedo. Son cuatro desconocidos que deben fingir ser familia, pero que terminan siendo mucho más que eso. Es con ellos que atraviesa México, el desierto de Sonora, el miedo, los engaños, el cansancio brutal y la amenaza constante de ser devueltos al punto de partida… o de no llegar nunca a ningún lado.

“Solito” se sostiene en una escritura que no pretende embellecer la tragedia, sino devolverle su dimensión más humana. Javier Zamora escribe como poeta que no puede evitarlo, con imágenes que deslumbran sin artificio. Un ejemplo: apilados en una camioneta, los migrantes “parecen cerillos en su caja, un pastel humano”. Sí, “Solito” es bello, pero nunca gratuito; conmueve sin chantajes.

Hay momentos de humor —como la confusión idiomática entre pajita y popote que casi los delata—, pero es un humor que alivia, que no disfraza. Porque el viaje está plagado de traiciones, de coyotes que desaparecen, de soldados que apuntan con armas, de migrantes que no llegan, de niños que dejan de serlo. Javier Zamora cuenta cómo, al querer hablar con sus padres por teléfono en una pausa del trayecto, le dicen que no es necesario, que ya los contactaron. Es un golpe seco. Chepito —como lo llaman de cariño— se rompe un poco por dentro. Y nosotros con él.

Lo más doloroso, quizá, no son los peligros físicos —que no faltan—, sino esa sensación de abandono institucional, esa soledad radical que experimenta un niño que solo quería abrazar a sus padres. Porque “Solito” no es sólo una historia personal: es el retrato de miles de niños que han cruzado o intentado cruzar fronteras invisibles pero implacables, con la esperanza de reunirse con quienes aman, o simplemente sobrevivir.

Javier Zamora escribió “Solito” veinte años después, ya como adulto, pero lo narra desde la voz del niño que fue. Y eso lo convierte en un testimonio aún más poderoso. No es un adulto explicando lo que pasó, es un niño mostrándolo, con la mirada limpia y herida al mismo tiempo. Es memoria, pero también cicatriz.

“Solito” debería estar en todas las escuelas. No para dar pena, sino para abrir los ojos. Para enseñar que detrás de cada número en una estadística migratoria hay una historia, una mochila pequeña con galletas, una abuela que llora en una despedida, un niño que aprende demasiado pronto que el mundo es injusto.

Y para recordarnos que, muchas veces, solo se sobrevive gracias a los vínculos que se forjan en el camino. Aunque sean con una familia inventada. Aunque se llamen Patricia, Chino y Carla. Aunque al final, como dice Javier Zamora, despiertes creyendo que todo fue un sueño.

Javier Zamora (San Luis La Herradura- El Salvador 1990) es un poeta y activista pipil salvadoreño. Es autor de “Nueve años de inmigrante” (2011), “Unaccompanied” (2017) y “Solito: A Memoir” (2022). Ha escrito obras relacionadas con su migración a Estados Unidos. PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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