Olivier Nakache y Eric Toledano —esos infalibles artesanos del cine bienintencionado francés, cuya filmografía se pasea por la comedia social como si fueran guías de mindfulness con carnet de votante progresista— nos traen “Un año difícil”, una película que promete sátira con conciencia ecológica y desmadre con mensaje, pero acaba siendo más bien un soufflé que no termina de subir.
El punto de partida es jugoso: dos caraduras arruinados, Albert (Pio Marmaï) y Bruno (Jonathan Cohen), sobreviven con lo justo, sin vergüenza y con una creatividad que ni en TikTok. Uno duerme en el trabajo y revende perfumes confiscados, el otro flirtea con la autodestrucción tras un abandono familiar. ¿Qué los une? La precariedad y una amistad más sólida que cualquier romance que esta película intente vender. Y digo “intente”, porque la chispa entre Albert y la activista ecológica Cactus (Noémie Merlant) tiene la energía erótica de un pan duro. Cactus es una suerte de punk optimista que cree en cambiar el mundo a golpe de pancarta y compostaje. Él… bueno, él va por la cerveza gratis.
El dúo Pio Marmaï-Jonathan Cohen es lo mejor de la función: payasos encantadores, pillos entrañables, bufones de barrio con ínfulas de Robin Hood, pero sin puntería. Su química —esa sí— sostiene los momentos más memorables, como cuando tratan de infiltrarse en el Banco de Francia para borrar sus deudas con tipex. El plan, como era de esperarse, sale peor que mal, pero la escena es gloriosa en su absurdo. Es en este bromance, no en los suspiros entre Albert y Cactus, donde late algo parecido a lo genuino.
“Un año difícil”, sin embargo, flaquea en lo que promete: una mirada punzante a la crisis climática desde el humor. El guion se acerca, flirtea, coquetea con el activismo, pero nunca se compromete del todo. Los personajes secundarios, especialmente los activistas, son tratados más como telón de fondo que como humanos con agencia. ¿Albert y Bruno terminan abrazando la causa? Quizás. ¿De verdad creen en ella? Difícil saberlo. Y eso, en un filme que pretende tener algo que decir, es un problema serio.
Visualmente, todo está bañado por una luz amable y un tono que recuerda más a una tarde de picnic que a una reflexión crítica. Incluso cuando se descubren las triquiñuelas del protagonista (vendiendo muebles donados, por ejemplo), “Un año difícil” no se atreve a escarbar. Las consecuencias emocionales son escasas, casi nulas. La banda sonora —con clásicos como “Hey Joe” y “This is the End”— busca épica donde no la hay, y el resultado es más videoclip que cine de protesta.
El final, una ensoñación congelada con la ciudad vacía, parece salido de una postal pandémica pasada de moda. Un guiño a La peor persona del mundo, pero sin la profundidad o el estilo. La pregunta queda flotando: ¿de quién es esta fantasía? ¿De Cactus? ¿De Bruno? ¿De los guionistas que querían cerrar con algo “bonito”?
Concluyo, “Un año difícil” es una comedia correcta, funcional, algo larga, algo tibia, que entretiene pero no estremece. Tiene gracia, sí, pero poca garra. Y cuando se habla de crisis (sean financieras o climáticas), la garra no es opcional. ¿El mensaje? Si existe, se perdió entre las risas suaves y los ideales de cartón reciclado. Prescindible. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.