El Rincón del Loco

“Las ciudades invisibles” de Italo Calvino

Italo Calvino se sacó de la manga una joya tan difícil de encasillar como de olvidar. “Las ciudades invisibles” no es exactamente una novela, ni un libro de viajes, ni un tratado filosófico, aunque tiene algo de todo eso. Es, en realidad, un diálogo inventado entre Marco Polo y el Gran Kan Kublai, donde el viajero le describe, una tras otra, 55 ciudades que no existen en el mapa, pero que viven dentro de nosotros.

Cada ciudad tiene nombre de mujer —lo que ya nos pone en alerta: esto no va de arquitectura sino de emociones, deseos, miedos, memoria, sueños—. Ninguna se parece a otra, y todas, en el fondo, son la misma: metáforas del alma humana. Una ciudad se estira en el tiempo como una telaraña de recuerdos; otra parece construida con promesas incumplidas. Hay ciudades circulares, flotantes, hechas de espejos o de cenizas. Y sin embargo, todas nos resultan inquietantemente familiares.

El lenguaje de Italo Calvino es una sinfonía de metáforas. No escribe, canta. Cada frase está cuidadosamente armada para provocar imágenes y estados de ánimo, como si uno leyera con todos los sentidos encendidos. Pero ojo: no es lectura para distraídos. Aquí no hay héroes, no hay trama, no hay principio ni final en el sentido clásico. No se llega a ninguna parte. Es como un caleidoscopio: lo que ves depende de cómo lo mires.

Eso sí, “Las ciudades invisibles” no es un libro para devorar en el metro o entre dos correos del trabajo. Es más bien de esos que se saborean a sorbos, como un vino complejo. Hay páginas que te atrapan y otras que te desconciertan, donde lo simbólico se va por las ramas y uno corre el riesgo de perder el hilo. Es un libro fragmentario, sí, pero intencionadamente. Italo Calvino no quiere llevarte de la mano, quiere que te pierdas. Porque perderse, en este caso, es encontrarse.

La estructura de “Las ciudades invisibles” es un laberinto de voces, géneros y estilos. A ratos parece un ensayo disfrazado de cuento, en otros momentos, una prosa poética que roza lo místico. La conversación entre Marco Polo y el emperador se convierte en el hilo conductor que une todo, pero incluso esa línea se difumina a veces en la niebla del lenguaje.

“Las ciudades invisibles” es también una reflexión sobre las ciudades reales. No las que aparecen en los folletos turísticos, sino las que habitamos con el cuerpo y con el alma. La ciudad como reflejo de nuestra forma de pensar, de recordar, de amar, de olvidar. Una denuncia sutil de lo que Italo Calvino llama “el infierno de los vivos”: ese lugar donde sobrevivimos entre normas absurdas, prisas inútiles y espacios diseñados para lo impersonal.

Concluyo: un libro hipnótico, inasible, tan bello como desconcertante. De esos que se leen con lápiz en mano y que no se agotan en una sola lectura. ¿Un clásico? Sí, pero no de esos que se veneran desde el mármol. Este hay que enfrentarlo con los ojos bien abiertos y el alma dispuesta. Porque en cada ciudad que Marco Polo nombra, hay una parte de ti esperando ser descubierta.

 

Italo Calvino (La Habana, 1923 – Siena 1985) fue un periodista y escritor italiano, principalmente de cuentos y novelas. Entre sus obras más conocidas se incluyen la trilogía Nuestros antepasados (1952–1959), la colección de cuentos de Las cosmicómicas (1965) y las novelas Ciudades invisibles (1972) y Si una noche de invierno un viajero (1979). PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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