Por Bernat del Ángel.
Otra vez el amor. Esa montaña rusa emocional que nos promete el cielo pero a veces nos deja ardiendo a fuego manso en el infierno de la decepción. Y es que no hay nada más frustrante que enamorarse de alguien que tiene más miedo al compromiso que un michi al agua. Uno cree que ha encontrado a su compañero de vida, solo para descubrir que, cuando las cosas se ponen serias, esa persona tiene el valor de un globo frente al cacto.
Nos enamoramos y creamos expectativas de construir algo sólido, pero de repente empiezan los pretextos: “No quiero perder mi libertad”, “Necesito tiempo para mí”, “No estoy listo para algo serio”. ¡Fuaaa! Es como si estuvieras construyendo un castillo de arena en la playa, y justo cuando terminas, tu pareja decide que es un excelente momento para invocar a la marea alta. Ahí se va todo, sin siquiera una despedida decente o regular.
La cobardía en una relación es un veneno lento. No mata de un golpe, pero sí va desgastando, consumiendo, la esperanza y la confianza. Esa persona que prometía ser tu refugio, tu apoyo, se convierte en un espejismo. Porque cuando las cosas se complican, cuando necesitas un hombro sobre el cual llorar, una mano que te sostenga, ellos te dan la espalda. Y no es por maldad, sino por miedo. Miedo a perderse a sí mismos en ese proceso de amar a otro. Miedo a que la vulnerabilidad los haga débiles, cuando en realidad es lo que los haría humanos.
Ya lo sé, todos necesitamos nuestro espacio, nuestro tiempo a solas. Pero el amor verdadero no se mide en centímetros de distancia, sino en la capacidad de estar ahí cuando realmente importa. Punto donde muchos fallan. No se trata de estar juntos cada minuto, sino de ser capaces de decir “estoy aquí para ti” sin que tiemble la voz ni el corazón.
Pero en lugar de eso, muchos prefieren construir muros, escudarse tras excusas y pretextos que, aunque suenen razonables, son camuflaje para su cobardía.
El problema es que la vida no espera. Los problemas no se posponen hasta que tu pareja se sienta “lista”. Los momentos de crisis, de dolor, de necesidad, llegan sin avisar, y es ahí donde se pone a prueba la verdadera naturaleza de una relación. Es fácil amar en los días de sol, pero ¿qué pasa cuando llegan las tormentas? Es cuando más se necesitan, ¡y zasca! deciden dar la vuelta, hacerse los desentendidos. Y eso, duele. Mucho.
La decepción no solo nace del acto de dar la espalda, sino de la traición a la promesa implícita del amor. Porque al final, el amor es una apuesta. Apuestas tu corazón, tu tiempo, tus sueños, y esperas que el otro haga lo mismo. Pero cuando descubres que tu pareja no está dispuesta a arriesgarse, a comprometerse, sientes que has jugado y perdido sin siquiera haber tenido una oportunidad justa.
Sí, el miedo al compromiso es real. Todos lo sentimos en algún momento. Pero la valentía no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo por algo que vale la pena. Y si el amor no vale la pena, entonces ¿qué lo vale?
Muchos se equivocan. Prefieren la zona de confort a la aventura de una vida compartida.
Y ahora, ¿qué hacer? Pues toca decidir si sigues luchando por alguien que no está dispuesto a luchar contigo, o unir los pedazos de tu corazón y buscar a alguien que no tema a la entrega. Porque al final, mereces a alguien que no solo esté dispuesto a compartir su vida contigo, sino que también esté dispuesto a enfrentarse a sus propios miedos por amor a ti. Porque el verdadero amor no encadena, libera. Te hace más fuerte, te complementa. Y eso, es lo que realmente importa. ¿A qué sí?
Venga pues, cabeza arriba, respira hondo y sigue adelante. Porque el amor real no es para los cobardes, sino para valientes que entienden que la libertad más grande es amar sin reservas. A pesar del puto miedo. PdC.
¡Una verdadera joya!