Rupert Sanders nos trae un remake de “El cuervo, esa joya oscura y gótica que marcó a toda una generación en los 90, pero lo que era una historia de venganza sobrenatural llena de energía y emoción se ha convertido en un desfile sombrío y carente de vida. Este intento de revivir el clásico de 1994, que inmortalizó a Brandon Lee, se siente más como un vuelo en picada que como un renacimiento.

La trama sigue a Eric (Bill Skarsgård), un joven que, tras escapar de un centro de rehabilitación junto a su novia Shelly (FKA Twigs), es brutalmente asesinado por órdenes del malvado Vincent Roeg (Danny Huston), un villano que parece salido de una ópera pero sin la intensidad necesaria para ser verdaderamente aterrador. Resulta que Roeg ha vendido su alma al diablo para obtener poder y riqueza, lo que le permite controlar mentes y provocar suicidios con susurros enigmáticos que, honestamente, podrían ser anuncios de seguros por lo efectivos que son.

Pero volvamos a Eric. En lugar de descansar en paz, se queda atrapado en un purgatorio industrial con un guía espiritual llamado Kronos (Sami Bouajila), quien le informa que ahora es inmortal y que puede salvar a Shelly del infierno si regresa al mundo mortal para vengarse de Roeg y su ejército de matones. Este es el punto en el que Eric debería transformarse en una especie de ángel vengador, pero lo que obtenemos es más una imitación de un Deadpool con menos carisma, o peor aún, un Terminator gótico y apático.

El remake intenta expandir la historia de amor entre Eric y Shelly, mostrándonos su encuentro en una institución para adolescentes problemáticos, donde, vestidos con overoles rosas, inician su romance. La premisa tiene potencial, pero la falta de química notable entre Bill Skarsgård y FKA Twigs hace que esta relación sea tan fría como el paisaje industrial que los rodea.

La película intenta capturar la esencia gótica original con una banda sonora que incluye a Joy Division, Gary Numan, y por supuesto, a FKA Twigs. Sin embargo, ni siquiera estos sonidos icónicos logran resucitar la chispa de lo que debería haber sido una narrativa cargada de pasión y furia.

Cuando finalmente llegamos al clímax en una ópera, donde Eric desata su venganza al estilo John Wick con una espada en mano, la violencia es tan exagerada y la sangre digital tan abundante que en lugar de impactar, aburre. Lo que debería haber sido un final electrizante se convierte en una secuencia repetitiva y sin emoción.

En definitiva, El cuervo no logra despegar. Este reboot se siente innecesario y desprovisto de la magia oscura que hizo al original tan especial. Es un vuelo fallido que deja a la audiencia preguntándose por qué se molestaron en levantar de nuevo a este cuervo si no tenía nada nuevo que ofrecer. Prescindible. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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