Por Bernat del Ángel.
Hablemos claro. La educación en nuestro país se ha convertido en un chiste malo, de esos que no dan risa, pero todos fingen que sí. Mientras algunos aplauden la última moda pedagógica que promete humanismo, la realidad es que nuestros niños y jóvenes están condenados a la mediocridad. Gregorio Luri, pedagogo y filósofo, tiene razón cuando dice que es más importante vivir aventuras que recibir una educación emocional.
Pero, ¿de qué tipo de aventuras estamos hablando?
Hoy en día, se ha vendido la idea de que la escuela debe ser un parque de diversiones emocional, donde el conocimiento es secundario y lo primordial es que los niños no se frustren, no se aburran, no se esfuercen demasiado. Y así, con esta filosofía del mínimo esfuerzo, nos encontramos con generaciones que no saben leer bien, que no entienden lo que leen y, peor aún, que no les importa.
En lugar de enfrentar el problema de fondo, nuestros sistemas educativos optan por la vía fácil: eliminar la repetición de curso. Porque claro, repetir es humillante, dicen, como si mantener a un niño en la ignorancia fuera menos cruel. Repetir sin un plan es absurdo, sí, pero eliminar la repetición sin una alternativa real es un suicidio educativo.
Acá este ejemplo de Misisipi, un estado que pasó de ser el hazmerreír de la educación en Estados Unidos a un modelo a seguir. ¿Cómo lo hicieron? Simple: se dieron cuenta de que el fracaso escolar es, en esencia, un fracaso lingüístico. Si un niño no sabe leer bien a los nueve años, está condenado al fracaso en todas las materias. Así que hicieron lo que aquí nos parece impensable: reforzaron la comprensión lectora, identificaron a los estudiantes con mayores dificultades y les dieron una atención específica. ¿El resultado? Una mejora espectacular, no solo en lectura, sino también en matemáticas. Ojo ahí.
Pero claro, aquí preferimos seguir el juego del constructivismo mal entendido, donde se pretende que los niños construyan su propio conocimiento sin que nadie les enseñe nada. Es un enfoque que solo funciona para aquellos que ya llegan a la escuela con un amplio bagaje cultural, es decir, los privilegiados. Y mientras tanto, los niños en rezago sin cultura siguen sumidos en la ignorancia, atrapados en un sistema que les niega la oportunidad de aprender realmente.
La educación emocional está bien, pero no puede ser el centro de todo. Los niños necesitan conocer, saber, memorizar, y sí, esforzarse. Porque sin esfuerzo no hay recompensa, y sin conocimiento no hay futuro. El problema es que hemos confundido la pedagogía con la demagogia, y ahora nos enfrentamos a las consecuencias.
El sistema educativo mexicano actual es una burla descarada a la inteligencia, una fábrica de mediocres donde la competencia es palabra maldita y el esfuerzo un concepto arcaico. Es un monumento a la complacencia, diseñado para producir generaciones de alumnos con una educación tan corriente y simplona que resulta despreciable. Aquí, se premia la mediocridad y se castiga el talento, porque lo importante no es aprender, sino hacer como que se aprende.
Mientras tanto, se perpetúa la ignorancia, se asfixia la creatividad y se entierra cualquier atisbo de excelencia bajo capas de burocracia y metodologías comprobadas como inservibles. Es un sistema sin alma, sin aspiraciones, donde la mediocridad es la reina y el aplicarse pecado capital.
Seamos honestos: estamos condenando a nuestros hijos a la pobreza, no solo económica, sino intelectual. Estamos creando una sociedad donde la mediocridad es la norma y la excelencia es la excepción. Y todo porque no queremos herir sensibilidades, porque preferimos mantener a los niños adoctrinados en lugar de educarlos.
Es hora de que dejemos de lado las metodologías que nos venden como humanistas y que solo nos llevan al desastre. Es hora de que volvamos a lo básico, a enseñar a leer, a comprender, a pensar. Porque si no lo hacemos, estaremos condenando a las futuras generaciones a una vida de pobreza, no solo material, sino, lo que es peor, de espíritu.
Así que no, no me vengan con cuentos de hadas educativos. La realidad es dura y necesitamos afrontarla con seriedad. Porque si seguimos por este camino, lo único que conseguiremos es perpetuar un sistema que no sirve para nada, excepto para hacer sentir bien a los polichinelas y mamarrachos que lo promueven, mientras los niños siguen siendo las verdaderas víctimas de este engaño monumental. PdC.