Tengo que escapar y me tienes que ayudar!…Por favor ¡ayúdame!…¡Tienes que ayudarme!… ¡ya no aguanto!… ¡ya no puedo más!…
Esto sucedió hace muchos años, pero es tan actual como lo que sucede en cada rincón del mundo o en cualquier hogar de nuestro entorno…
Desesperada con el rostro descompuesto y con un llanto que desgarraba el corazón, Paola, al tiempo que clavaba sus dedos en los brazos de Mariana por la exasperación, le rogaba que la ayudara a salir de ese infierno.
—¿Qué pasó, por qué estás así?— le preguntaba Mariana, espantada por el estado en que había llegado Paola.
—Tengo que escapar de él, tienes que ayudarme a planear mi fuga. No debe enterarse Hugo a dónde me voy con mis hijas porque es capaz de buscarme y traerme de regreso; ya no quiero estar cerca de él.
—¿Qué sucedió? —le inquirió Mariana, la única amiga que Paola tenía en la Ciudad de México.
Sin expresar palabra, Paola como respuesta se bajó la falda que llevaba puesta y se quitó la blusa. La sorpresa fue espeluznante. Un sinfín de puntapiés y golpes tapizaban sus piernas, espaldas y brazos.
Mariana tragó saliva, y con la boca abierta y los ojos salidos de sus órbitas, quedó paralizada, no podía dar crédito a lo que veía. Ahí temblorosa y castañeando los dientes por la ira, el dolor y el miedo, estaba su amiga Paola mostrándole las huellas que Hugo, su pareja, había dejado en su cuerpo.
—¿Pero por qué te hizo esto, estaba borracho, estaba drogado?
—Nooo, nada de eso. Sólo porque imagina que lo engaño. Yo lo amo, y nunca podría estar con otro hombre. Ya he hablado con él mil veces y no quiere entender, ya se lo he demostrado, es más, tú bien sabes que ya no salgo a la calle, que siempre estoy en la casa, hasta él lleva a las niñas a la escuela y las trae de regreso a la casa, y todo para no encender sus celos…
Aun sabiendo la respuesta de antemano, Mariana le dijo:
—¿Entonces no es la primera vez que te pega, verdad?
Paola ya no respondió, con el cuerpo en posición fetal y recostada en el sillón de la sala de Mariana, sólo movía la cabeza; mientras Berenice y Janet, asustadas y llorando, con sus pequeñas manitas sobaban el cuerpo golpeado de su madre, al tiempo que le suplicaban ya no regresar a esa casa.
—Mamá por favor ya no queremos regresar, nos asusta cuando te pega—le rogaba Berenice.
—Él nos encierra, pero nosotros por un hoyito vemos cuando te da de patadas y te jala de los cabellos…por favor mamá ya no quiero que vivamos con Hugo— dijo Janet, la pequeña que también se unió a la súplica de su hermana mayor.
—Acuérdate mamá como el otro día hasta fiebre te dio de tanto que te pegó—gimoteaban las dos.
No era la primera vez que Hugo la atizaba. Casi a diario lo hacía, porque a diario sentía celos.
Con la voz apenas audible por tanto llorar, Paola le confesó que al llegar a su casa, luego de hacer pagos de luz, teléfono, comprar la despensa, o cualquier actividad fuera del hogar, Hugo le revisaba la ropa interior para explorar si había algún fluido extraño y ajeno al de él.
—Hugo cree que es puro pretexto cuando voy a pagar la luz, piensa que me voy a costar con otro hombre.
Mariana como resorte saltó del sofá, era inaudito lo que escuchaba, no podía entender cómo Paola, una mujer segura de sí misma, con una fuerte personalidad, atractiva y además inteligente, con un cuerpo esbelto, como el de una modelo, pudiera sufrir de maltrato, y además permitirlo.
Paola había estudiado ballet y tomado clases de ejercitación física; cuando conoció a Hugo, su actual pareja, apenas había pasado por la ruptura matrimonial con el padre de sus hijas. Ella creyó que sería diferente su relación, pues él tan apuesto, trabajador, hogareño, emprendedor y extremadamente caballeroso, no podría ser de otra manera. Juntos montaron un gimnasio en donde ella a diario daba clases de aeróbics, mientras que él, se dedicaba a administrarlo y a promoverlo.
De los casi tres años en que el gimnasio se mantuvo abierto, la actitud de ella nunca delató que sufriera algún tipo de maltrato. Parecían un matrimonio joven, amoroso y estable. La atención que Hugo tenía con las niñas hacía indicar que era el padre biológico. El cumpleaños de ella, de las niñas o cualquier evento era motivo de festejo. El aniversario de novios, de cuando se conocieron, todo era causa para una celebración romántica a la luz de las velas y de una cena, que él mismo preparaba para complacer a Paola.
Ahora lo entendía todo, con cada rosa que adornaba hasta el último rincón de la casa, y que a casi diario compraba Hugo, pretendía sanar la herida que hacía con cada ofensa y con cada golpe a Paola. ¿Quién pudiera pensar que algo andaba mal?, reflexionaba Mariana, por eso cuando Paola llegó a su casa bañada en llanto, con sus hijas tomadas de la mano, pidiendo apoyo, no podía imaginar las escenas que le narraba en esos momentos.
—Por favor mamá vámonos, no queremos que te mueras, no queremos quedarnos solas con él—insistían las dos pequeñas.
Los ruegos llegaron hasta el fondo de su corazón y como a un muñeco que le dan un soplo de vida, Paola salió de su refugio, del sillón donde se acurrucó para llorar su impotencia; se levantó con una fuerza inusitada, carraspeó para aclararse la voz, se alisó la ropa y secó sus lágrimas y las de sus hijas; y puso una fecha para su partida.
—En una semana me voy, ¡ya basta!, necesito que me guardes ropa, dinero y maletas, me voy a empezar otra vida con mis hijas…
Pasaron los días, ella salía a dar sus clases de aeróbics como si no sucediera nada. A escondidas de Hugo, le daba a Mariana dinero y la ropa que se llevaría, la suficiente para que él no sospechara que el closet se iba quedando sin prendas. Poco se asomaba más allá de las ventanas y puerta de su “hogar”, no quería dar motivo para que Hugo se encelara ni que tomara medidas “drásticas” hacia ella y sus hijas.
El día llegó. Los astros se acomodaban a su favor. Por la mañana, cuando Mariana estuvo en el gimnasio para tomar sus clases, Paola cautelosamente le dijo al oído, “hoy es el día”.
Hugo como cada viernes se había ido a jugar baraja con sus amigos, llegaría hasta la madrugada.
Nerviosa, pero decidida entró junto con sus dos hijas al departamento de Mariana, a la que apenas vieron y se le abalanzaron para abrazarla, pues sabían que quizá nunca más la volverían a ver.
—Te vamos a extrañar— le decían las tres sollozando.
—No me quiero ir, pero tengo que hacerlo por mí y mis hijas, ni yo ni ellas podemos seguir viviendo en un ambiente hostil—le decía Paola sin dejarla de abrazar y llorar.
—Sé que estoy mal, aun lo quiero, sé que de un momento a otro no voy a dejar de amarlo, pero lo voy a lograr, eso sí, jamás regresaré con él, mis hijas merecen crecer en una ambiente de armonía, y aunque sola, pero yo se los voy a dar…
Mariana también bañada en llanto, les ayudó a meter todo en las maletas. Cada que metían una prenda, era lloriqueo, pero también la firme convicción de no mirar atrás. Las maletas estuvieron listas y las lágrimas salieron a raudales. Ahí estaban las cuatro dando fin a una etapa que estuvo plagada de golpes, celos y falta de respeto.
—Gracias Mariana, me duele mucho dejar tu amistad, pero aunque nunca te volvamos a ver siempre estarás en nuestros corazones y en nuestras plegarias…
El timbre de la puerta interrumpió la dolorosa despedida, el servicio del radio taxi estaba listo. Las cuatro bajaron temblorosas y sigilosas los tres pisos. Al salir del edificio, Paola, Berenice y Janet miraron hacia donde habían vivido su pesadilla, como a manera de reforzar su determinación: ¡nunca más volver!
Luego de casi una hora de trayecto llegaron a la central de autobuses. Mariana no sabía hacia qué estado se dirigían, porque Paola no quiso inmiscuirla más, pues le preocupaba que Hugo hiciera algo contra ella. Nuevamente se repitió la escena: sollozos, abrazos, besos, promesas de nunca olvidarse, buenos deseos, y muchas plegarias para alcanzar la felicidad.
Eran las seis de la mañana del sábado, el teléfono sonó:
—Hola Mariana, oye disculpa, no andará por ahí Paola y las niñas…
—No Hugo, ¿pasa algo?…
—No nada, perdón, luego nos vemos…
El lunes a las ocho de la mañana, como siempre puntual, Mariana estaba lista en el gimnasio esperando a que Paola “diera inicio” la rutina de ejercicios. Así estaba planeado. Nada tenía que parecer diferente. Luego de 15 minutos de espera, Hugo avisa a todas las presentes que Paola no podrá dar clase ese día porque está enferma de gripe y con fiebre, que después ella repondría las clases… Así los días pasaron. Hugo dando excusas…
Dos meses después:
“Querida Mariana:
Te extrañamos mucho, estamos en Monterrey, al principio como todo, cuesta trabajo, pero estamos bien y sobre todo muy tranquilas, las niñas ya están en la escuela, tienen que estudiar mucho para subir su promedio, pero lo más importante están felices, ya hasta se han vuelto más juguetonas y alegres. Sabes, siempre nos acordamos de ti y extrañamos mucho las tardes cuando nos reuníamos a tomar café, y tus hijos y las niñas a jugar; un beso para tus hijos, ellas los extrañan mucho, ya ves que tú fuiste la única a la que él le tenía confianza y podíamos ir a tu casa o tu venir a la nuestra…Estoy dando clases de danza y aeróbics y estoy buscando una escuela de diseño de modas, ya ves que me gusta…quiero hacer todo lo que dejé de hacer, ya nadie me va a detener…
Te queremos mucho, no nos olvides nunca…
Paola, Berenice y Janet”
PdC.