En cada rincón del mundo hay una historia, hay miles de historias de mujeres que luchan por sobrevivir, que en condiciones de sumo peligro trabajan para llevar comida a sus hogares. Esta es la historia de mujeres pescadoras de Marruecos que narran como arriesgan su vida todos los días al recolectar productos del mar para ganarse la vida.
El artículo fue tomado del sitio electrónico de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el cual pone de manifiesto como unas 10 mil pescadoras arriesgan sus vidas todos los días al recolectar crustáceos en la costa de Marruecos.
Las pescadoras de Tiguert, cerca de la región de Agadir, dan fe de los riesgos diarios y comparten de qué modo están ayudando a preservar estos recursos naturales para las generaciones futuras:
Equipadas con un balde, una cesta, un cuchillo y un par de botas, si los tienen, las mujeres, con edades que oscilan entre los 45 y 60 años, parten al amanecer hacia el pie de los acantilados donde las espera la ardua tarea de recolectar crustáceos. En el camino hacia los acantilados, con una extensión de más de 20 km, un cartel rudimentario autoriza la recolección de crustáceos. Cada trayecto de 10 km les lleva cerca de dos horas, pero mantienen la inquebrantable esperanza de volver a casa con una buena cosecha.
“Con un cuchillo de hoja delgada, limpio los crustáceos, a la vez que respeto y protejo el hábitat de las especies”, afirma Fadma Ouchane, vicepresidenta de la Mahar Assahel Cooperative, que se constituyó en 2019 para apoyar a las pescadoras locales y satisfacer sus necesidades, como el servicio de transporte y un área de trabajo cerca del mar. “En unos pocos minutos, mi cesta se empieza a llenar”.
Después de recolectar los crustáceos, procedemos a limpiarlos, cocinarlos y secarlos al sol antes de exhibirlos en la carretera para venderlos. Según la disponibilidad de crustáceos, las mujeres pueden ganar alrededor de DH 200 o DH 300 (USD 21 y USD 31) por mes. El medio kilo de crustáceos cuesta DH 40 (USD 4). A pesar de que los crustáceos son más abundantes entre mayo y julio, el hecho de que son bastante sedentarios y su recolección es posible todo el año, se convierten en una fuente confiable de ingresos para las pescadoras.
“Las ganancias son modestas, pero nos permiten complementar los ingresos mensuales para comprar alimentos”, explica Fatima Azdoud, 28 años, presidenta de la cooperativa. Por otra parte, es una excelente fuente de alimento, rica en proteínas, para sus familias.
Independientemente del período, la recolección de productos del mar es una tarea difícil y dolorosa, debido a la duración de las jornadas laborales y los riesgos a los que las pescadoras están expuestas. Todos los días, durante jornadas de más de cinco horas, están cubiertas de agua de mar y se lastiman como consecuencia de caminar por las rocas y tocar los bordes filosos de las conchas. Corren tanto peligro que hasta podrían ser arrastradas al océano cuando la marea es alta.
“No tenemos opción”, comparte Azdoud. “Nuestras madres y abuelas se han dedicado a esto durante muchísimo tiempo. Es con lo que crecimos”.
Para las pescadoras como Azdoud, esta estrecha relación con los crustáceos, que se transmite de generación en generación, se convierte en un conjunto de conocimientos históricos y sobre la naturaleza que les permite evaluar su entorno e identificar los cambios necesarios para optimizar su trabajo. Sin embargo, en los últimos diez años, el pueblo de Tiguert ha sido testigo de la alteración de los ecosistemas y organismos marinos provocada por el cambio climático. Por ende, incorporaron prácticas sostenibles en sus actividades diarias para proteger el medio ambiente y contar con una fuente de ingresos para ayudar a sus familias. Por ejemplo, en lugar de emplear leña para cocinar los crustáceos, muchas mujeres están optando por las cocinas solares.
“Debemos cambiar nuestra forma de trabajar recurriendo a tecnologías modernas que respeten el medio ambiente, preserven los recursos, optimicen nuestros resultados técnicos y económicos, y ahorren recursos hídricos y forestales, al mismo tiempo que nos adaptamos al cambio climático”, expresa Azdoud. “[De este modo, podemos] acercarnos a las demandas de la comunidad y las necesidades del mercado ecológico y sostenible”.
“Muchas pescadoras se despiden de sus seres queridos [antes de marcharse hacia los acantilados], por miedo a no regresar a su casa”, comparte Azdoud. Para ella, el mar es una fuente de alegrías y tragedias, pero también de autonomía económica. “A pesar de [los retos], para estas mujeres, el llamado del mar es imprescindible para su supervivencia, así como una manera de ser libres”.
“En Marruecos, las pescadoras adoptan nuevas prácticas resilientes al clima”, este es el título original del artículo. PdC.