Cultura

“Xepje: El alma de los muertos”

Nuestra cultura está llena de leyendas y con relación a la muerte tenemos tantas como comunidades hay en este gran pueblo. Los mazahuas no escapan a tener sus propias crónicas como la de “Xepje: El alma de los muertos” que narra la relación entre la mariposa monarca y la fiesta de Día de Muertos.

Queremos compartir con ustedes esta crónica mazahua tomada del blog del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.

Al igual que otras comunidades, los mazahua s no creen que la muerte es el fin de la vida, sino el inicio de otra nueva: más libre y eterna. Que la muerte no los separa de sus seres queridos, pues año con año, vuelven para la gran celebración de Día de Muertos.

Xepje: el alma de los muertos, narra cómo es que la comunidad mazahua acostumbra a celebrar y esperar a sus fieles difuntos. De la misma manera, nos empapa en una de sus leyendas más bellas, que unen esté regreso de la muerte con las mariposas monarcas. Pues cuentan, que ellas traen en sus alas las almas de los difuntos, y así que si eres afortunado y te encuentras con alguna durante la celebración, podrás escuchar en su aleteo, un mensaje a manera de susurro.

La historia nos cuenta cómo la pequeña Múbú puede recordar y despedirse del alma de su Madre a través de las mariposas, aprende el valor de sus tradiciones y de la celebración del Día de Muertos.

Xepje: El alma de los muertos

-¡No!, ¡Lala, no! No persigas a la mariposa, déjala volar. Ven para acá traviesa. Mira que son especiales y no las debemos molestar. ¿Sabías que ellas nos dan mensajes de nuestros seres queridos que ya murieron? – dijo la pequeña Múbú, mientras acariciaba a su cachorrita. Después miró al cielo, y levantó su mano como queriendo tocar las nubes.

-Ya casi llega mi celebración favorita, y sé lo mucho que te va a gustar Lala. Es más, te voy a contar porque es mi celebración favorita. Escucha con atención, que contaré desde el principio…

Hace algunos años en un hermoso pueblo llamado San Felipe del Progreso, vivía una pequeña niña, siempre alegre, cantarina, amiga de todos los animales, su nombre es Múbú. ¡soy yo! Vivía  al cuidado de mamá Sibí y de la abuela Xoma. Era mi primer año que asistía a clases, estaba muy contenta por ir a Alma Infantil, pues aprendía nuevas cosas y tenía muchos amigos y amigas. Sin embargo, algo comenzó a preocuparme, empecé a notar a mamá más cansada de lo habitual, con demasiado sueño y con un color pálido en las mejillas. Aunque todos le atribuyeron este cansancio a las largas horas de trabajo que había tenido días atrás. A mí me encantaba ir a la escuela, y siempre salía saltando de alegría, llegaba a casa emocionada, hablando de todo lo que había pasado en la escuela. Hasta que un día, afuera de la escuela, no estaba mamá Sibi, sino la  abuela Xoma. Era muy extraño, mamá siempre iba por mi, así que lo primero que hice fue preguntar por mamá:

Abue, Xoma. ¿Dónde está mi mamá? -pregunto Múbú

-Ay, mi niña. Tu mamá está en casa, no pudo venir hoy porque está un poco enferma, pero aquí estoy yo. Vámonos pa’la casa. – dijo la abuela Xoma

Cuando llegamos a casa, encontré a mamá Sibí en cama, tenía fiebre y se quejaba de un fuerte dolor en el cuerpo.  Mi abue  estaba muy preocupada por mamá Sibí, pero creo que más por mi, pues cuando me miraba sus ojos se ponían tristes y húmedos. Todas las tardes me acercaba a la cama de mi mamá para cantarle una linda canción, tenía la esperanza  de que eso le ayudará a mejorar. Por las noches, mamá me decía: Duerme tranquila Múbú, que siempre estaré contigo.

Cuando mamá murió yo estaba muy triste, y la abuela Xoma me decía que  la sonrisa que iluminaba mi rostro, había desaparecido. Siempre insistía para que cantará, jugará con mi muñeca, o con mi amigos. Pero en realidad yo no tenía ganas de jugar, pues extrañaba mucho a mamá Sibí.

-Mi pequeña, Múbú, no estés mal. Yo siempre voy a estar contigo. – Me decía siempre mi abue con los ojos húmedos y yo le respondía: -Lo sé, pero extraño mucho a mi mamá.

Pronto llegaron las últimas semanas de octubre, y se acercaba una de las fiestas más importantes en San Felipe del Progreso, por lo que mi abue  Xoma pensó que eso me haría muy feliz, pues mamá  Sibí y todos los demás difuntos venían de visita, cómo cada año.

-¡Ay, hija! No se donde tengo la cabeza, ya casi se llega el día de los fieles difuntos y yo no he empezado ni abordar el mantel. Si quieres te enseño el punto de cruz, y juntas lo hacemos, ya ves que este año es el primero de tu amá.

-No quiero, extraño mucho a mi mamá, y si vuelve con los fieles difuntos no la volveré a ver.- Recuerdo que salí corriendo a sentarme a la entrada de la puerta de su casa.

Abue Xoma respiró, se limpió los ojos y  se sentó a mi lado. Ese día me dijo cosas bonitas, pero no las supe entender.

-Los aires han cambiado, este tiempo trae de vuelta a las xpeje, de vuelta a su casa.

-¿Qué son? – pregunté con curiosidad

-Son las hijas del Sol, las mariposas monarcas. Cuando era una niña como tú, mi amá me contaba que las mariposas cargaban en sus alas a las almas de los difuntos, para ayudarlos a volver a nuestro mundo. Por eso si durante los días de visita, tu hayas una mariposa delante de ti, debes guardar silencio y mirarla con atención, pues su aleteo te susurrara al oído el mensaje de algún difunto, para que sepas que ha vuelto.

Mi abue sonrió y dijo que entrará, que se está poniendo tarde. También me dijo que al día siguiente llegaría a visitarnos mi tío Jiasú. Él vivía en la gran ciudad por su trabajo, pero nos visitaba muy seguido y siempre que venía me traía un regalo. Iba a venir estos días, para acompañar y ayudar a mi abue, aunque a él no le gustaban estos días. Mi tío pensaba que la muerte le había quitado a mi abuelo.

Faltaban un par de días para el último día de octubre cuando se escuchó un abanico de cuetes que habían sido lanzados al cielo, seguidos del repique de campanas de la Iglesia, pues las primeras hijas del sol, habían regresado a su tierra de manera oficial. Además todas las familias comenzaban a prepararse para recibir a sus difuntos, con su altar, comida y el arreglo del campo santo. El último día de octubre se acostumbra a esperar a todos los niños que no alcanzaron a ser bautizados, el primer día de noviembre a los niños bautizados, y el 2 de noviembre, a los difuntos adultos.

Por fin llegó el 31 de octubre, el tío Jiasú se levantó muy temprano y ayudó a mi abue con los últimos detalles del altar, para después irse a trabajar a la milpa, pues a la tierra le faltaba un poco de trabajo. Pues ni mi abue ni yo podíamos hacer ese trabajo.

-Jiasú, cómo serás necio, que hoy no se trabaja, es un día para guardar y acompañar a nuestros muertos. – le decía la abuela  Xoma molesta.

-Dejalo abuelita, mi tío tiene razón, la tierra necesita que la trabajen. Yo podría acompañarlo para que no esté sólo.

Mi abue se opuso, pero finalmente dijo que podía ir,  pero con mucho cuidado, pues las almas se podrían molestar si nos encontraban en el camino. Cuando llegamos a la milpa, mi tío tomó el azadón y comenzó a trabajar, mientras yo jugaba con la muñeca que me había traído de regalo, muy cerquita de él para no perderme. Pasando el mediodía, ví un par de mariposas pasar, volaron a mi alrededor. Después hicieron lo mismo con mi tío Jiasú, pero él agitó los brazos para quitarlas de su camino. Segundos después empezamos a escuchar el murmullo de un centenar de personas acercándose, lo cual provocó gran inquietud en mi tío, pues nunca caminaban tantas personas juntas por esa zona y menos en estas fechas. Así que para prevenir cualquier peligro me pidió que no hiciera ruido, que tomara la muñeca y que nos ocultaramos detrás un árbol.

Yo no tenía miedo, pero mi tío Jiasú estaba tan intrigado por lo que escuchaba que se asomó varias veces para ver quienes estaban ahí, pero todo fue en vano, pues nunca vio a nadie. Sin embargo, seguíamos escuchando voces y murmullos. Además de sentir la presencia de otras personas, que no se podía ver.

-Tío, no hay que tener miedo, no nos van a hacer nada. Creo que son las mariposas, cómo dijo abue Xola.

-¿Las mariposas? – dijo él, mientras miraba al cielo con confusión. De repente el viento sopló una delicada brisa, arrastrando un aroma a café, y de inmediato añadió: – ¡Eres tu mi viejo! Todos tenían razón, ellos no desaparecen, regresan a visitarnos, no nos olvidan si nosotros no los olvidamos a ellos. Múbú, toma tu muñeca que volvemos a casa.

-¿Tío, será que mi mamá también va a regresar?

-Estoy seguro que sí que, así que ya … ¡Vámonos!

Volvimos a casa de inmediato, al llegar mi tío le contó todo lo que había pasado a la abuela Xoma, pero ella no se asustó, solo se empezó a reír, y nos dijo:

-Les dije que se quedarán, hoy es día de guardar, no sé trabaja, solo se espera a los difuntos. Ayúdenme a terminar la ofrenda, que ya no me puedo agachar bien.

Corrí hacia mi abue Xoma, para decirle que tenía razón, que estaba segura que  mamá Sibí no se había ido. Cómo era muy pequeña en ese entonces, cabía muy bien debajo de la mesa y fui la encargada de poner el metate, y encima la  cruz con pétalos de cempasúchil, a los lados dos jarrones de barro con flores de nube, terciopelo y cempasúchil, algunas veladoras y el humerio en el centro.

La ofrenda estaba sobre la mesa vestida con un hermoso mantel, bordado en punto de cruz por mi abuela Xoma, dos velas a los costados, una para el abuelo y otra para mamá Sibí. Mantener las velas encendidas hace que los difuntos encuentren el camino. También le pusimos frutas como manzanas, guayabas, ciruelas; platillos deliciosos como el mole, un arroz calientito, tortillas hechas a mano, pan espolvoreado con azúcar, calabaza en tacha con sus cañas y tejocotes, ricos tamales, y los guisos favoritos de mamá Sibí y el abuelo: pollo en chirrion y mole con carne de guajolote.

En el centro de la mesa, mi tío Jiasú puso fotos de los dos, una de la Virgen y de Nuestro Padre Jesús. Al lado una jarra de agua y otra de aguardiente para el abuelo; atole y unos cigarros. Los dos primeros días, los tres nos quedamos cerca de la ofrenda, para estar en contacto con el abuelo y mamá Sibí. El dos de noviembre, fuimos al panteón, pues es costumbre visitar las tumbas y vestirlas acordé para la ocasión.

Llevé las flores favoritas de mi mamá, las gladiolas. Con ayuda de la abuela, adornamos con flores de nube, cempasúchil y las gladiolas,  posicionados en cada punta de las dos tumbas. También llevamos una vela para cada quien y  la encendimos. Cuando abue Xoma estaba terminando el último florero, y el tío Jiasú estaba acomodando la tierra, decidí acercarme a un árbol para cubrirse del sol, me senté sobre la tierra y de repente ví una bella mariposa que se acercaba. De inmediato recordé lo que la abuela le había me había contado, y me quedé quieta. La mariposa se paró en mi mano, y cuando le sonreí voló cerca de mi cabeza. Logré escuchar su aleteo, de él un débil susurro: ¡Siempre estaré contigo! De inmediato supe que era mamá Siní, tenía que ser ella, porque se sentía como ella. Mis lágrimas cayeron cuando dije: -Te quiero, mamá Sibí.

La mariposa en ese instante alzó el vuelo y desapareció en el cielo. De inmediato fui a contarle lo que había pasado a mi abue,  y a mi tío. La abuela Xoma es muy sabía:

-Se los dije, ellos no mueren, porque siempre van a estar en nuestro corazón. Y mientras los esperemos con amor, siempre encontrarán el camino de vuelta a casa. Las hijas del Sol los ayudarán a llegar y nos darán razón de ellos, si es que nos tienen que decir algo. Pero basta con verlas, para saber que todas las almas ya están con nosotros.

-¿Qué te pareció mi historia, Lala? Yo sé que te gustó, pero más te va a gustar ver todo con tus propios ojos. Ya mañana empezamos a poner la ofrenda, así que hay que aprovechar el día de hoy para jugar las dos, porque mañana lo dedicaremos a nuestros muertos.

Texto: Haydee Araceli Huerta Caballero / Ilustraciones: Brandon Emanuel Tovar Olvera. México, 2022

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