¿Qué les parecería cambiar de muebles como de ropa? Suena muy atractiva la idea, sino fuera por lo que implica para el planeta, porque de seguro a muchos nos encantaría, ya que quién de nosotros no recuerda el sillón que fue de los abuelos y que luego pasó a la sala de la casa de los padres, quienes ya han pensado en heredarlos cuando los hijos se casen.
Y es que así como en la moda hay temporadas y tendencias de colores, de diseños, ahora también los muebles entran a ese ritmo, al fast fashion.
El fast fashion en muebles se entiende como la producción y consumo acelerada de estos productos, sin tomar en cuenta el impacto medioambiental que tiene.
Ya que si vemos a detalle lo que implica: generación de emisiones de carbono en la fabricación, uso de recursos para la producción, y más emisiones para su transporte, veremos que, cambiar la decoración nuestro hogar tiene una huella de relevancia.
Siguiendo esta línea, es posible que muchos piensen que el cambio de muebles no es tan crudo como el cambio de ropa que hacemos generalmente cuando llega una nueva temporada.
Pero la realidad es que según datos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), tan solo en 2018 los estadounidenses tiraron más de 12 millones de toneladas de muebles y enseres (frente a los 2,2 millones de toneladas en 1960), y más del 80 por ciento terminó en vertederos.
Tal estadística se traduce en un impacto ambiental de gravedad, sobre todo si observamos que fue esta misma comunidad la que durante la emergencia sanitaria se encargó de comprar escritorios, sillas y mobiliarios de terraza.
El consumo de este tipo de muebles alcanzó ventas de más de cuatro mil millones de dólares entre el 2019 y 2021, y que desafortunadamente estos no durarán más de 10 años o menos.
Y es que según los expertos, muchos de los muebles de empresas como IKEA o de Wayfair comprados durante el confinamiento por el coronavirus, se diseñaron para durar cerca de cinco años. PdC.
Con información de Expoknews.
Foto de Amelia Hallsworth.