Por Bernat del Ángel.
Hace unos días, el destino, con su retorcido sentido del humor, decidió que mi cabeza fuera el punto de impacto de un golpe nada discreto. ¿Resultado? Sangre suficiente, una sutura que bien podría ser parte de una película de guerra de serie B y un dolor que, sinceramente, parecía haberse instalado para quedarse como un inquilino molesto. Pero, como cualquier humano que se respete y con el deseo de entender el daño más allá de la simple molestia, me sumergí en una investigación que terminó en uno de los rincones más fascinantes del mito contemporáneo: los golpes que despiertan habilidades extraordinarias. Fuaaaaa!
Así que ahí estaba, leyendo sobre pianistas que, tras un golpe certero, tocaron sonatas como si Mozart les llevara las manos. Pintores que, de la nada, manejaban el pincel con la maestría de los grandes maestros del Renacimiento. Y si no fuera suficiente, existen aquellos que, tras un accidente similar, comenzaron a escuchar sonidos que ni siquiera los murciélagos sabrían cómo procesar. Vamos, una especie de metamorfosis de habilidades que haría que los X-Men parecieran aburridos burócratas.
Y es en este momento cuando me detengo y pienso: “Bueno, ¿y yo qué?”. Porque claro, la esperanza es lo último que se pierde. Quizá, solo quizá, este golpe en la cabeza me ha otorgado una habilidad secreta que está por despertarse. No digo que me vaya a convertir en el próximo Chopin, pero oye, un pequeño superpoder nunca viene mal. Ahora podría presentir sismos y catástrofes, saber el pensamiento de los demás, o descubrir una facilidad para mover objetos con solo desearlo. ¿Y si empiezo a percibir colores que nadie más puede ver? ¿Qué tal saber la ubicación de puertas dimensionales? Vamos, me apunto a cualquier cosa que suene como una mejora interesante al monótono curso de la vida cotidiana.
Imagina por un momento la situación: un golpe en la cabeza, y de repente, te conviertes en una versión ampliada y mejorada de ti mismo. Tal vez no te vuelves un genio o artista, pero qué tal si ahora puedes recordar todos los cumpleaños de tus amigos sin depender de Facebook, así como mi madre.
O mejor aún, puedes comunicarte sin problema con todo el reino animal.
Eso, señores y señoras, ya sería un cambio digno de celebración. Y tanto.
A ver, volvamos a la realidad, porque la posibilidad de que me despierte un día con alguna habilidad sobrenatural es, digamos, reducida. Sin embargo, no podemos subestimar la capacidad del ser humano para creer en lo imposible, en lo inesperado. ¿Quién no ha soñado alguna vez con que un golpe, un giro del destino, pueda cambiar no solo tu vida, sino también la de quienes te rodean? Nos aferramos a esas historias de “renacimientos” como si fueran los cuentos de hadas modernos, esperando que un día nos toque el turno de ser protagonistas de ese momento de gloria. Capa incluida.
Porque, al final del día, ¿qué somos si no criaturas desesperadas por un golpe de suerte? Nos contamos estas historias para no perder la fe en que, quizá, no estamos tan lejos de convertirnos en algo más grande, más glorioso, más talentoso, más chingón.
Igual la música no es lo nuestro, ni pintar como Van Gogh, pero ¿qué importa? Mientras exista la posibilidad, aunque sea remota, de que un golpe en la cabeza sea la llave secreta para desbloquear el genio que todos llevamos dentro, seguiremos creyendo.
Y yo, bueno, sigo esperando. ¿Qué será? ¿Teletransportarme? ¿Controlar la vibración de mis moléculas y ser invisible a voluntad? ¿O, por qué no, la capacidad de escribir buenos textos que conmuevan y motiven a las masas rumbo a la acción revolucionaria? Jodeeeeeeer, ahí, ahí.
Tal vez, solo tal vez, lo que me espera es algo aún más sencillo pero igualmente asombroso: la capacidad de apreciar la vida con una perspectiva renovada, con un toque de humor irreverente y la certeza de que, aunque el golpe haya sido doloroso, siempre existe la posibilidad de que algo grandioso esté por venir. Y sí, lo olvido siempre.
Y si nada de eso sucede, al menos me queda el consuelo de saber que soy dueño de una cicatriz en forma de “Y” encima de mi cabeza, también de una buena historia para contar, y eso, en este mundo de sobreinformación y aburrimiento, créeme, no es poco. PdC.
Que joya, ¡¡un golpe de suerte!!