Si hay una novela que escupe en la cara del realismo convencional y se revuelca en su propio delirio, es “El tambor de hojalata”. Günter Grass, con su pluma afilada y su imaginación desbocada, nos regala un protagonista que es, a la vez, un bufón y un profeta: Oskar Matzerath. Un niño que decide no crecer el día de su tercer cumpleaños y que, desde su tamaño reducido, nos lanza un relato donde la historia de Alemania se mezcla con lo grotesco, lo absurdo y lo trágico.
Oskar es un narrador poco fiable, un enano que manipula, engaña y se refugia en su tambor para golpear, literalmente, la memoria de un país que preferiría olvidar sus pecados. Con su chillido capaz de romper vidrios y su actitud de eterno outsider, nos arrastra por un desfile de escenas que van de lo magistral a lo perturbador: una abuela bajo una falda que se convierte en fortaleza, anguilas que emergen de una cabeza de caballo en plena putrefacción, el niño Jesús transformado en tamborilero. Todo narrado con una ironía que se clava como un cuchillo y con la certeza de que lo peor de la historia no está en los monstruos de los cuentos, sino en la gente común que prefiere mirar hacia otro lado.
Los temas de “El tambor de hojalata” son un cóctel explosivo: la culpa, la locura, el peso de la memoria, la guerra, el desarraigo y esa sensación de que la humanidad no aprende ni a golpes de tambor. Günter Grass no se molesta en hacer la lectura fácil. Su novela es densa, laberíntica, a veces exasperante. Algunos lectores la aman, otros la arrojarían por la ventana en un ataque de desesperación, y ambos tienen razón. Porque “El tambor de hojalata” no se deja leer pasivamente: exige paciencia, tolerancia al absurdo y, sobre todo, una disposición a sumergirse en un universo donde la realidad y la fábula se mezclan sin pedir permiso.
El gran mérito de “El tambor de hojalata” es que Oskar, con su mezcla de niño-demonio-adulto-cínico, se clava en la memoria. No es un personaje para quererlo, pero es imposible olvidarlo. Es el espejo distorsionado de un país que prefiere no enfrentarse a su propia monstruosidad. Y ahí está el truco: lo que parece un simple desfile de imágenes grotescas es, en realidad, un tratado sobre la hipocresía y la fragilidad humana.
“El tambor de hojalata” ¿es bueno? Sin duda. Pero aviso: hay que armarse de paciencia, tolerar ciertos tramos que se arrastran como un acordeón desafinado y entender que este libro no busca ser “fácil” ni “agradable”. Es una obra maestra, sí, pero te abraza, te sacude.
Y eso, en literatura, vale oro.
Günter Wilhelm Grass ( Dánzig, 1927 – Lübeck, 2015) fue un escritor y artista alemán, galardonado con el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 1999. PdC.
Escrito por B. Del Ángel.