Seis años después de Parásitos, Bong Joon Ho regresa con Mickey 17, un festín de ciencia ficción que mezcla sátira política, humor negro y una pizca de existencialismo. Basada en la novela de Edward Ashton, la película sigue a Mickey (Robert Pattinson), un “expendable” en una misión espacial donde su vida vale menos que el material con el que lo imprimen tras cada muerte. Si Snowpiercer retrataba la lucha de clases en un tren, aquí el director se zambulle en el dilema de la identidad y el valor del individuo en un sistema que lo trata como simple carne de cañón.

Desde su primera mitad, Mickey 17 parece encaminarse hacia algo potente: la relación entre Mickey y Nasha (Naomi Ackie) aporta humanidad a la distopía y, por momentos, el filme brilla con una mezcla de ternura y desesperanza. Bong Joon Ho es un maestro en hilvanar emociones con crudeza, y eso se refleja en escenas como la de Nasha entrando a la celda de pruebas para acompañar a Mickey en su sufrimiento. Hay una química palpable entre Robert Pattinson y Naomi Ackie, y en esos momentos Mickey 17 se siente genuina, como si tratara de decir algo trascendental sobre el amor y la supervivencia en medio del absurdo.

Pero entonces llega la segunda mitad, y la película empieza a tambalearse. Bong Joon Ho abandona la introspección para lanzarse de cabeza a la sátira política más burda, con Mark Ruffalo como un líder espacial que no deja de guiñar el ojo a ciertos políticos contemporáneos. La sutileza queda en el olvido y el guion parece obsesionado con recordarnos lo mal que está el mundo real, sin confiar en que el espectador pueda captar el mensaje por sí solo. Lo que pudo ser una crítica mordaz y afilada se convierte en una caricatura que roza lo tedioso.

A nivel visual, Mickey 17 es un espectáculo. Bong Joon Ho juega con la estética y la atmósfera como siempre, y Robert Pattinson, con su actuación entre lo trágico y lo patético, logra dar vida a un protagonista que, en otras manos, habría sido un simple saco de golpes sin alma. Su versión de Mickey no es un héroe convencional ni un rebelde nato; es un tipo común, un fracasado que se ha resignado a su papel de chivo expiatorio cósmico. Sin embargo, cuando la trama introduce la existencia de un segundo Mickey y la historia se sumerge en su propio caos narrativo, el peso emocional de la primera mitad se disuelve en una serie de gags que no terminan de cuajar.

Termino, Mickey 17 es un filme ambicioso que se ahoga en sus propias pretensiones. Su crítica política es torpe, su humor es irregular y su narrativa oscila entre lo brillante y lo desordenado. No es el mejor Bong Joon Ho, pero tampoco es un desastre. Es una película que merece ser vista, aunque solo sea para saber hasta dónde está dispuesto a llegar uno de los directores más intrépidos de nuestra era. Regular. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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