“Megalópolis”, el nuevo experimento cinematográfico de Francis Ford Coppola, es un huracán que divide a los cinéfilos en dos bandos enfrentados: los que ven una obra maestra que desafía los límites del cine moderno y los que ven un caos de ego desbordado.

A ver, me explico, para algunos, es una obra revolucionaria, un manifiesto cinematográfico de un autor liberado de las cadenas de Hollywood. Para otros, es un cúmulo de pretensiones y caos mal ejecutado. Y luego estamos los que la vemos como un espectáculo tan malo que resulta irresistible, como un The Room de alto presupuesto, o un Pelotón vestido de gala.

Lo primero que golpea es su estética, hmmm o más bien, la falta de ella. Con un presupuesto de 120 millones de dólares, esperas algo visualmente impactante, pero Megalópolis” luce como un videojuego mal renderizado. Los efectos digitales y las pantallas verdes tienen un acabado tan cutre que hacen que te preguntes dónde se fue todo ese dinero. Además, Francis Ford Coppola baña cada escena con una luz casi celestial, resaltando cada defecto como si quisiera que los vieras. El resultado es un espectáculo visual más cercano a un filtro de Snapchat que a un mundo inmersivo. ¿Chafa? Un poco si.

La edición tampoco hace milagros. Las conversaciones se interrumpen con cortes abruptos cada dos o tres segundos, como si alguien hubiera confundido los scratchs de un DJ con las instrucciones de edición. No hay tiempo para que los diálogos respiren ni para que el público procese lo que ocurre. Lo que debería ser un intercambio fluido se convierte en un desmadre visual y auditivo que, en lugar de intrigar, agota.

El elenco, por su parte, es una historia aparte. Reunir a nombres como Adam Driver, Jon Voight y Shia LaBeouf prometía una carga actoral de lujo, pero en vez de eso, obtuvimos actuaciones que rozan lo paródico. Adam Driver soltando frases como “Go back to the clurb” y Jon Voight haciendo trucos con un arco oculto bajo los pantalones son momentos que, en cualquier otro contexto, serían cómicos. Aquí, se convierten en símbolos del desconcierto general. Shia LaBeouf, por su parte, se mueve entre lo absurdo y lo fascinante, dejando al espectador preguntándose si todo fue una gran broma de Francis Ford Coppola.

Los diálogos, en teoría, debían profundizar en grandes temas como la política, el poder y la utopía, pero terminan siendo un desfile de frases huecas y situaciones tan surrealistas que parece que los personajes mismos dudan de lo que dicen. Las intenciones de Francis Ford Coppola de crear una fábula moderna sobre la sociedad y la ambición se diluyen en escenas que van desde lo incoherente a lo risible.

Y, sin embargo, Megalópolis” tiene un puntito. Es el trabajo de un director que no solo puso todo en juego, sino que lo financió con su propio dinero para asegurar su visión. No es la obra maestra que Francis Ford Coppola imaginó, pero es su monstruo, y por eso merece una ovación, aunque sea irónica.

Es probable que, con el tiempo, se convierta en una de esas películas de culto que se ven entre risas y asombro, celebrando lo improbable de su existencia…

Sólo si eres muuuy seguidor de Francis Ford Coppola ve a verla, si no, prescinde de ella. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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