Historias Comunes

No le salves, solo escúchale

Por Bernat del Ángel.

—¿Cómo estás?— pregunté por costumbre, sin esperar respuesta.
—Bien— respondió, también por costumbre.

No estaba bien. Y lo supe. Pero, preferí no incomodarme con la verdad.

Vivimos en una sociedad que ha convertido el “¿cómo estás?” en una frase de cortesía vacía.

No preguntamos para saber, preguntamos para zafarnos. Porque, seamos sinceros, la respuesta nos da igual. O peor, nos incomoda. Y así, entre silencios educados y evasivas funcionales, vamos dejando morir a la gente sin que se note.

Cuidar del otro no es resolverle la vida, ni su felicidad. No es cargarlo en los hombros ni hacerle la tarea. Es, en cambio, estar. Pero estar de verdad. Con los ojos y con la escucha, con la paciencia y con el interés. Es entender que hay días en los que alguien no necesita soluciones, sino simplemente no sentirse invisible.

Porque hay un tipo de soledad peor que estar solo: la de rodearse de gente que no te ve.

Nos hemos vuelto expertos en sobrevivir sin tocar la vida del otro. Nos limitamos a existir en paralelo, topándonos por accidente en reuniones, en cenas, en oficinas, sin darnos cuenta de que convivir no es lo mismo que conectar. Decimos “cuídate” como quien dice “buenas tardes” y “aquí estoy para lo que necesites” con la misma convicción con la que prometemos empezar dieta el lunes.

El problema es que cuidar cansa, y la pereza emocional es la epidemia de nuestro tiempo. Escuchar al otro con atención es un esfuerzo que no queremos hacer. Requiere callarnos. Y eso, en tiempos de egos hipertrofiados, es un sacrificio intolerable.

Así que, en vez de cuidar, resolvemos. Le decimos al triste que “le eche ganas”, al ansioso que “piense positivo” y al que sufre que “todo pasa”. Porque es más fácil recetar frases prefabricadas que sentarnos a entender lo que el otro siente.

El cuidado, el verdadero, no es decirle a alguien cómo debe arreglar su vida. Es preguntarle cómo se siente. Y luego, escuchar la respuesta sin urgencia, sin interrupciones, sin el ansia de querer tener razón.

Es tan simple, pero tan difícil.

Así que la próxima vez que preguntes “¿estás bien?”, mira a los ojos. No aceptes un “si” automático. Estate ahí. Y si no tienes tiempo ni intención de escuchar, mejor no preguntes.

Porque no hay nada más cruel que simular un interés que no existe. Anota. PdC.

Deja un comentario

Your email address will not be published.

Te puede gustar