Historias Comunes

La depresión no es un antojo

La depresión no es como un antojo, como cuando por las mañanas nos levantamos y decimos: ¡ah! hoy se me antojaron unos huevos con jamón y harta salsa macha; o se me antojaron unos chilaquiles verdes bien picositos…

Créanme, la depresión no es como decir: ¡ah! hoy quiero estar triste o ¡ah! hoy quiero llorar; no, la depresión es algo que uno siente que está ahí dentro, que oprime el pecho, que hace sentirnos y pensar que algo no anda bien, qué… al principio uno no lo sabe.

Son sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos que se desbordan y uno no sabe cómo darles cauce, cómo calificarlos, cómo nombrarlos, cómo etiquetarlos; simplemente ahí están…

La depresión no es como cuando uno se para frente al closet y escoge cómo vestirse ese día y nos decimos: ¡ah! hoy vestiré de rosa o ¡ah! hoy me pondré falda, ¡ah! hoy vestiré de… No es que uno escoja sentirse triste o deprimido para no salir a la calle o para justificar no ir a trabajar o no ir a la universidad o para evadirse de las responsabilidades.

Un día simplemente aparece y ¡ya!

Quizá ese sentir estuvo ahí agazapado, acompañándonos y no lo sabíamos hasta que un día sucede algo y lo detona; y uno lo entiende hasta que la ayuda profesional nos explica, nos conduce, nos apoya a detectar, a asimilar lo que nos está pasando…

Y entonces comenzamos a identificarlo, a saber cuáles son los síntomas, qué hacer cuando nos aborda, darnos cuenta que se apodera de nosotros y que tenemos que aprender a manejarlo.

Pero mientras aprendemos a controlarlo, a sanar, ¡de verdad! la depresión no es algo que uno quiera tener o sentir. Va más allá de antojos o caprichos, de “echarle ganas”, de “ponerse las pilas” o de competencias, de quién sufre más o quién ha pasado por más…

Un día simplemente aparece y se apodera de uno, nos agarra desprevenidos, quizá a unos más, a otros menos porque son más fuertes o por qué sé yo; diría que es como el umbral del dolor, hay quienes un piquete de inyección les duele hasta el tuétano, pero hay quienes como a algunas mujeres que tienen a sus hijos al natural sin anestesia y están como la “fresca mañana”.

¿Por qué hay personas que pasan por lo peor y siguen de pie, se mantienen firmes y hay quienes a la primera se vencen? Quizá será su propia naturaleza o qué se yo.

Quienes están afuera de este problema de salud no lo entienden, hasta lo critican. Son los que dicen: “pero si en mis tiempos qué depresión ni que nada”, “yo salí adelante y nadie me ayudó y mírame aquí estoy”.

Quienes hemos pasado por ello, entendemos a los que viven en un estado de depresión…

Un día salí de mi casa acompañada de mi esposo rumbo al supermercado para comprar la despensa. Todo iba perfecto: un domingo soleado, bonito, de descanso; una plática amena hasta salpicada de bromas durante el trayecto. Hicimos el recorrido habitual por la tienda; luego de unos cuantos minutos de espera en la caja, las voces y los sonidos alrededor se me agolparon en la cabeza, en los oídos… me sentí mareada, empecé a sudar frío, me dieron ganas de ir al baño; le dije a mi esposo: ahora regreso voy al baño… Entre, me senté en la taza, luego de unos minutos me acomodé la ropa y al momento de jalar la puerta para salir, el miedo se apoderó de mí y ahí me quedé dando vueltas como presa asustada…

No me di cuenta cuánto tiempo pasó, pero fue mucho; la voz de angustia de mi esposo preguntando por mí a las mujeres que estaban dentro del baño y pidiéndoles permiso para entrar a buscarme me hizo darme cuenta que llevaba mucho tiempo ahí encerrada llena de miedo…

¿Qué me pasó en ese momento no lo sé? solo le pedí a mi esposo que me sacara de ahí y me llevara a la casa.

Y así, sin más ni más, sin pedir permiso, sin aviso, un día llegó…

Me preguntaban qué me pasó y yo no sabía responder, solo que tenía miedo de salir, que quería llorar, que me sentía triste, que quería dormir y dormir y no despertar. ¿Por qué? preguntaba la familia, y yo no tenía una respuesta, no entendía lo que me pasaba y entonces otra vez la angustia y el miedo se apoderaba de mí…

Así, hasta que la ayuda profesional llegó y luego de mucho tiempo supe lo que me estaba pasando, lo entendí y me ayudaron a manejarlo y a controlarlo, hasta que un día llegó la salud…

La depresión no es como un antojo o como un capricho; de se me antoja estar triste, se me antojó llorar; no es cuestión de “echarle ganas” o no, ni de “ponerse las pilas”; tampoco es cuestión de generaciones; que si las de antes eran más fuertes como el Roble o que si las de ahora “no aguantan nada” o de sí yo “aguanto más que tú” o porque la “vida que me tocó vivir a mí me hizo más fuerte”.

Las situaciones son como son. Las generaciones pasadas vivieron sus propios conflictos, hoy se viven otros, las venideras vivirán otros problemas de salud mental, quizá más fuertes, quizá menos, no lo sabemos; por eso digo, no es cuestión de competencias, de a ver quién aguanta más.

La depresión es algo que nos desborda, que nos descontrola, pero que afortunadamente con ayuda profesional, después, todo vuelve a su cauce…

Si no queremos ponernos en los zapatos del otro, está bien, muy respetable, pero no critiquemos ni enjuiciemos a los que están pasando por un estado de depresión o por otro problema de salud mental, solo quienes los vivimos sabemos la crisis en la que se vive. Testimonio Anónimo.

Foto de cottonbro studio.

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