“Helena o el mar del verano” captura la esencia de la infancia a través de los ojos de un niño. Nos transporta a un tiempo de inocencia y descubrimiento, donde el protagonista vive momentos de felicidad y sencillez.
Julián Ayesta logra que revivan nuestros recuerdos de infancia. Desde los días en la playa con la familia, bañándose en el mar y disfrutando de comidas caseras, hasta los sonidos del boliche en los merenderos, todo resuena con una nostalgia que conecta profundamente. Impactante es el segundo capítulo, que describe de manera vívida la alegría de las vacaciones de verano, con su luz, colores, y sensaciones.
La prosa de “Helena o el mar del verano” es poética y evocadora, pintando imágenes vivas de los atardeceres en la playa, la espuma del mar Cantábrico, y el tacto de la hierba bajo los pies. En contraste, la segunda parte del libro, que se centra en el invierno, explora la influencia de la religión en la vida del niño, una época menos luminosa pero igualmente significativa.
Lo que destaca son las escenas del verano, llenas de vida y energía. El mar, a veces calmado y otras veces furioso, el calor que obliga a los niños a quedarse en bañador todo el día, y los insectos que intentan escapar del calor.
Y, por supuesto, Helena, con sus ojos azules, pelo rubio y piel morena, que se convierte en el centro de la imaginación del protagonista.
“Helena o el mar del verano” es una sucesión de recuerdos que capturan el paso de la niñez a la adolescencia en la España de los años 50. Los recuerdos no están ordenados cronológicamente, sino que aparecen como destellos llenos de poesía que revelan la oscuridad de la época. Aunque se puede sentir una cierta distancia en la narración, la poesía y el simbolismo que impregnan cada página hacen de esta obra una lectura encantadora y profundamente evocadora.
Dividido en partes, “Helena o el mar del verano” no sigue un orden estrictamente lineal. El joven protagonista pasa de descripciones de fervor religioso a reflexiones metafísicas, mientras el verano y el tiempo con la familia se entrelazan con sus recuerdos. Helena, con su presencia etérea, se convierte en un símbolo de belleza y deseo juvenil.
Julián Ayesta nos provoca una gama de sensaciones y emociones. Desde la inocencia de la niñez hasta las reflexiones profundas y las descripciones detalladas, pinta un retrato vívido de una época y una vida que resuenan con todos los que han vivido esos momentos.
“Helena o el mar del verano” no busca un propósito específico, sino que revela un mundo de pensamientos y emociones aún por explorar. Es un viaje nostálgico que nos recuerda nuestros propios veranos y nuestras propias Helenas. Es una celebración de la infancia y de esos pequeños momentos que, aunque simples, dejan una huella imborrable en nuestra memoria. Y tanto.
Julián Ayesta (Gijón, 1919). Fue uno de los escritores españoles más brillantes y también más breves del siglo XX. Irrumpió en la literatura de postguerra con las noventa páginas deslumbrantes de su “Helena o el mar del verano”. Como diplomático español fue embajador de España en Yugoslavia. PdC.
Escrito por B. Del Ángel.