Alex Scharfman debuta en la dirección con La muerte de un unicornio”, una propuesta que mezcla terror, comedia y una buena dosis de carnicería equina mágica. La premisa es tan absurda como irresistible: un unicornio atropellado, una familia de millonarios con ansias de explotar su sangre curativa y una venganza mitológica que se desata en una cacería frenética. Es una película que, en su mejor momento, divierte con su caos desatado, pero en su peor faceta, se queda atrapada en lugares comunes del género.

Paul Rudd y Jenna Ortega encabezan el reparto como un padre torpe y su hija sabelotodo, un tándem que funciona a medias. Paul Rudd, con su carisma habitual, hace de Elliot, un abogado viudo que busca ascender en la farmacéutica de los Leopold, una dinastía de ricachones sin escrúpulos. Jenna Ortega, por su parte, interpreta a Ridley, una joven eternamente enfurruñada que mastica frases de rebeldía como si leyera panfletos anti-sistema en TikTok. La relación entre ambos es un pilar de la historia, pero se siente superficial: la película intenta vendernos su tensión emocional, pero el guion nunca se toma la molestia de desarrollarla más allá de discusiones rutinarias.

La película despega cuando entramos en el terreno de los Leopold. Richard E. Grant, Téa Leoni y Will Poulter interpretan a una familia que parece sacada de un manual de villanos multimillonarios. Richard E. Grant es el patriarca enfermo, Téa Leoni la esposa con aspiraciones filantrópicas vacías, y Will Poulter el hijo consentido y drogadicto con cero sentido de la realidad. Su desempeño es deliciosamente exagerado, y su interacción con los protagonistas es puro cínismo de alta sociedad.

Y, por supuesto, está el unicornio. O mejor dicho, los unicornios. La muerte de un unicornio” no pierde tiempo en convertirlos en bestias vengativas con cuernos afilados y un rastro de cuerpos despedazados a su paso. No son los lindos caballitos etéreos de los cuentos de niñas; aquí son depredadores furiosos con sangre morada y poderes de regeneración que despiertan la codicia de los Leopold. La combinación de efectos digitales y caballos reales crea una presencia visualmente atractiva, aunque nunca completamente aterradora.

El problema de La muerte de un unicornio” es que, aunque abraza el absurdo con entusiasmo, nunca explora del todo sus propias ideas. Alex Scharfman construye una fábula descarnada sobre la avaricia, pero su sátira sobre los ultra-ricos es tan obvia que pierde fuerza. El humor está ahí, pero no siempre es tan afilado como podría ser. Las muertes son sangrientas, pero rara vez impactantes. La historia avanza con un ritmo aceptable, pero sufre de un tercer acto que se siente más mecánico que catártico.

Eso sí, cuando La muerte de un unicornio”se entrega al caos total, es una delicia. Ver a un unicornio desmembrar a la élite con su cuerno es un placer culposo. Los Lepold se roban la función con su cinismo desatado, mientras que Paul Rudd y Jenna Ortega hacen lo suficiente para mantenernos inmersos en la historia, aunque sin llegar a conmover.

Concluyo, La muerte de un unicornio” es un disparate divertido que podría haber sido más. Su premisa es oro puro, pero su ejecución a veces tropieza. Si te gustan las criaturas asesinas, la crítica social en modo caricatura y la idea de ver un cuento de hadas convertido en una carnicería, esta película es para ti.

Si esperas un comentario más profundo sobre la codicia o una historia realmente emocionante, tal vez salgas con ganas de algo más.

Pero oye, unicornios asesinos. Eso ya es razón suficiente para ver un cuento de hadas moderno bañado en sangre. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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