Lo suelto sin rodeos: Encerrado, el nuevo thriller de David Yarovesky producido por Sam Raimi, se lanza con un concepto potente, casi prometedor, pero termina atrapado en su propia trampa. Basada en el filme argentino 4×4 de Cohn y Duprat, esta versión norteamericana intenta ser una fábula política con forma de auto de lujo blindado… pero la carrocería no aguanta el peso del mensaje, y el motor narrativo no arranca del todo.

La premisa es provocadora: Eddie (Bill Skarsgård), un ladrón de poca monta y padre con mala suerte, se mete en una SUV misteriosamente abierta que resulta ser una trampa tecnológica creada por William (Anthony Hopkins), un médico millonario convertido en justiciero sádico con ínfulas de dios. Hasta aquí, interesante. El vehículo —marca ficticia DOLUS, nombrecito en latín que grita “engaño”— se transforma en un símbolo clarísimo: una América que parece dar oportunidades, pero que al menor paso en falso te encierra, te castiga, te tortura y luego te sermonea con música clásica a todo volumen.

David Yarovesky quiere construir una alegoría feroz sobre la desigualdad, el privilegio blindado y la crueldad institucionalizada. William, como representante del poder viejo, blanco y arrogante, ve en Eddie al síntoma de la decadencia social. Eddie, por su parte, no es ningún santo, pero al menos lucha. Representa al ciudadano común, apaleado por un sistema que exige excelencia mientras lo empuja al abismo. El problema es que Encerrado no logra cavar lo suficientemente hondo. Se queda en la superficie, alternando discursos grandilocuentes con torturas de videojuego y un ritmo que, en lugar de tensar, adormece.

Bill Skarsgård hace lo que puede con su personaje, aunque lo hemos visto mejor —sí, incluso maquillado como Nosferatu. Anthony Hopkins, que debería ser un punto alto, apenas aparece físicamente en la segunda mitad y el resto del tiempo se limita a ser una voz malévola al estilo “Hannibal en modo Uber Black“. Su William no es más que una caricatura con frases recicladas de foros libertarios: que si los pobres son vagos, que si los criminales merecen el infierno, que si antes todo era mejor. No emociona. No da miedo. Da fiaca, mucha.

La crítica social está ahí, sí, pero deshilachada. El guión (cocinado por tres escritores, como si fuera paella de aeropuerto) se repite, pierde fuerza y olvida que incluso las metáforas necesitan un buen clímax. Para colmo, la película ni siquiera es tan brutal como promete. El sadismo se diluye entre polcas, frases trilladas y gadgets de James Bond en esteroides. Atrapado, la joya oscura de Stuart Gordon de 2007 con una premisa similar, le da mil vueltas sin pretender tanto.

Concluyo, Encerrado quería ser una cápsula de tensión con crítica social incluida. Pero se quedó en el intento: una idea potente, atrapada en su propio encierro narrativo. Se agradece el intento, pero ni el coche avanza, ni los diálogos arrancan, ni el mensaje llega entero. Y lo peor: ni siquiera hay gasolina suficiente como para provocar debate. Solo un largo y monótono viaje dentro de una SUV que prometía infierno… y apenas entrega incomodidad. Prescindible. PdC.

Crítica de Antelmo Villa.

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