Hay películas que no sólo te entretienen, sino que te remueven el alma, te suben la temperatura y te empujan directo a la madriguera de tus recuerdos más hormonales. “Pecadores”, la nueva locura lúbrica y desafiante de Ryan Coogler, es justamente una de esas. No porque sea perfecta, sino porque tiene el descaro, la sensualidad y la energía de una jam session de blues que arranca suavecito, se prende como cerillo en gasolina y acaba con una orgía de ritmo, sangre y almas bailando en el infierno.
Vamos al principio: Clarksdale, Mississippi, 1932. Smoke y Stack, dos gemelos de regreso de la guerra y de negocios turbios con Al Capone, llegan cargados de alcohol y ganas de armar un juke joint que reviente la segregación a golpe de música y placer. Michael B. Jordan los interpreta a ambos y lo hace con tal matiz que uno casi se olvida de que es el mismo tipo. La primera hora de “Pecadores” es como un bourbon bien servido: lento, envolvente, con sabor a historia afroamericana, a blues, a sudor y a pecado. Se siente más como un homenaje a un sur gringo que rara vez se retrata con orgullo y menos para una película de horror. Pero tranquilos, que la sangre llega. Calientita.
Cuando el sol cae, “Pecadores” se sumerge en el territorio de From Dusk Till Dawn y desata a su horda de vampiros irlandeses (sí, irlandeses). Y ahí la cosa se pone rara. Porque la idea de enfrentar a dos grupos oprimidos —negros sureños vs chupasangres celtas— puede sonar original, pero termina chocando como si alguien hubiera decidido meterle a una sinfonía de Miles Davis un solo de gaita. ¿Metáfora racial? ¿Crítica al imperialismo cultural? Puede ser, pero la ejecución tambalea.
Aun así, hay escenas memorables. Un show musical al aire libre que es puro clímax tribal. Un momento West Side Story enloquecido. Diálogos que mezclan poesía sucia y filosofía barrial. Y sí, sexo. Pero del bueno, del que se siente sucio en el mejor sentido: biológico, sudado, sincero. Ryan Coogler no necesita mostrar carne; su lenguaje es el deseo, la música que roza las ingles, el grito que sale entre piernas. Y eso, amigos, es cine erótico sin necesidad de desnudarse.
¿Y lo demás? Un elenco sólido: Hailee Steinfeld furiosa y vulnerable, Jayme Lawson con temple, un debutante Miles Caton que roba escenas y un Jack O’Connell como vampiro que dan ganas de ver arder. Hasta Buddy Guy se da una vuelta.
¿“Pecadores” es perfecta? No. ¿Está pasada de ambición? Sí, y eso es lo hermoso. Es cine que se arriesga, que se moja, que se deja llevar por el ritmo y no teme patinar. Como esos amores adolescentes que te marcaron sin razón lógica. Ryan Coogler quizá no haya hecho su obra maestra, pero sí ha entregado una pieza provocadora, rica en identidad y ganas de morder la yugular del espectador.
Y, por si te lo preguntas, sí: “Pecadores” me hizo querer bailar, sudar, escribir poesía… y quedarme tumbado en la cama con los ojos en el techo, imaginando curvas, como cuando tenía 14. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.