“Totem” “Nos guía a lo largo de un día festivo, atestiguando los preparativos para una celebración de cumpleaños: limpieza, teñido de cabello, horneado, y demás tareas.
Es México. El cumpleañero se está muriendo.
La segunda película de la directora Lila Avilés es introspectiva y universal, desgarradora y morbosamente divertida.
La audiencia puede presumir que Tona (Mateo García Elizondo) tiene cáncer, se sugiere que fue lo que mató a su madre. Tona tiene una hija, Sol (Naíma Sentíes), de 7 años, que sigue haciendo preguntas sobre el último cumpleaños de su padre para angustia de los adultos.
A Sol la mantienen alejada del lecho de muerte de su padre y que pueda reunir fuerzas para el festín, la cámara sigue su soledad y despertar de las realidades.
El festejo es idea de su tía Alejandra (Marisol Gasé), fumando a lo largo de la película.
La otra tía, Nuri (Montserrat Marañon), bebe. Sus vicios muestran la dificultad de la situación, especialmente cuando los problemas de dinero impregnan la salud deteriorada de su hermano. Aun así, lo intentan.
Sus esfuerzos son la conmovedora trama de “Tótem”.
Alejandra contrata a personas para limpiar la casa de espíritus dañinos.
Nuri se rapa la cabeza en solidaridad. Hay una sensación palpable de la desesperación e impotencia.
Su padre Roberto (Alberto Amador), mayor y viudo, se ha resignado a perder a su hijo.
Su taciturna participación se hace literal con un dispositivo que debe sostener en la garganta para que su voz salga y comunicarse.
Naíma Sentíes es increíble. La independencia de su personaje cautiva, mientras que todas las demás primas son guiadas en tareas y tienen sus apariencias arregladas por sus madres.
Un tío bien intencionado le regala a Sol un pez, algo para que cuide mientras nadie cuida de ella. Su soledad tiene momentos destructivos: Sol bebe y miente al respecto, Sol insiste en pasar la mayor parte de la fiesta en el techo.
Tona casi no aparece.
Como Sol, está aislado excepto por una enfermera personal, Cruz (Teresita Sánchez).
Al igual que Sol, parece comunicarse más con el entorno que con las personas.
Cuando Tona logra reunir fuerzas para saludar a sus amigos y familiares, la cámara se queda sobre su hombro, mostrando a la audiencia la subjetividad de lo que él ve, y no como reacciona ante ello.
Escenas anteriores han establecido que está experimentando un dolor inmenso, indigno.
El diálogo lo muestra agradeciendo a la gente por una fiesta que no quería, hablando sobre lo feliz que lo ha hecho…
El final es lo más inquietante que he visto en un tiempo.
Crítica de Antelmo Villa.