“Un hombre diferente”, es una fábula tragicómica que no teme jugar con lo absurdo y lo profundo a la vez y con la que Aaron Schimberg vuelve a las andadas. El resultado es una película valiente, extraña y provocativa que logra incomodar, divertir y dejar una huella duradera. Y lo hace con la misma desfachatez con la que una pieza de jazz se desmarca del clasicismo, usando su atmósfera “bizarra” como arma principal.
La historia gira en torno a Edward Lemuel (Sebastian Stan), un hombre silencioso y ensimismado que sufre neurofibromatosis, una condición genética que deforma su rostro.
Todo cambia tras una cirugía experimental que, como si fuese un acto divino, le otorga un nuevo semblante y hasta un nombre inventado: Guy Moratz. Pero lo que prometía ser un renacer pronto se convierte en una espiral de celos, inseguridad y desazón cuando aparece Oswald (Adam Pearson), otro actor con neurofibromatosis que personifica la versión antigua de Edward en una obra teatral escrita por Ingrid (Renate Reinsve), su vecina y posible interés amoroso.
“Un hombre diferente” funciona como un espejo distorsionado, no solo de su protagonista sino también del espectador. Aaron Schimberg no se anda con rodeos al plantear una pregunta incómoda: ¿cambiar la apariencia significa cambiar quién eres? Edward, con su nuevo rostro perfecto, se mueve por el mundo con la arrogancia de quien cree que la buena pinta es la solución a todos los problemas, solo para darse de bruces con la realidad: el éxito y la felicidad no son tan fáciles de operar quirúrgicamente.
Sebastian Stan ofrece una de las actuaciones más complejas de su carrera, dejando de lado el carisma del héroe de acción para explorar las sombras de un hombre en crisis. Su Edward (y luego Guy) está lleno de matices: inocente y patético, pero también oscuro y obsesivo. A su lado, Adam Pearson se roba la función como el encantador Oswald, irradiando una confianza que desafía los estereotipos. Adam Pearson es la pieza clave que hace que la historia despegue y también la que desnuda las inseguridades del protagonista: un hombre que, pese a su “transformación”, sigue sintiéndose un forastero en su propia piel.
Por su parte, Renate Reinsve aporta una energía caótica como Ingrid, esa especie de musa sin rumbo que juega un rol ambiguo entre catalizador y desestabilizador emocional. Y ojo con el cameo de Michael Shannon, porque siempre es un placer verlo incluso cuando su presencia parece más un capricho que una necesidad.
Aaron Schimberg maneja el tono con confianza, moviéndose entre la comedia negra y el drama existencial sin perder el equilibrio. “Un hombre diferente” está cargada de un humor seco y un ritmo que, aunque a veces bordea lo inverosímil, nunca pierde su filo. La banda sonora, con sus tintes jazzeros, refuerza esa sensación de extraña armonía en medio del caos. Aunque el tercer acto se tambalea ligeramente —y la resolución no está a la altura de todo lo construido—, “Un hombre diferente” sigue siendo una experiencia hipnótica.
Termino, “Un hombre diferente” no deja indiferente. Es una película que desarma las falsas ideas sobre la identidad, la belleza y el éxito. Es también un recordatorio de que, aunque puedas cambiar tu cara, es mucho más difícil cambiar lo que llevas dentro. Con interpretaciones memorables y un enfoque provocador, Aaron Schimberg firma un trabajo que desafía lo convencional y deja una reflexión desconcertante como irresistible. Buena. PdC.
Crítica de Antelmo Villa.