Por Bernat del Ángel.
El insomnio, esa pequeña tortura cotidiana, parece que se ha convertido en la sombra inseparable de nuestras noches. Ahí estás tú, dando vueltas en la cama, buscando en la oscuridad el sueño que, como buen traidor, se te ha escapado de las manos. Te aseguro que no estás solo. Al otro lado del mundo, científicos y expertos en salud no sólo investigan enfermedades graves y mortales; no, también se rompen la cabeza estudiando cómo y por qué el simple acto de dormir puede convertirse en una batalla diaria.
Dicen que para estar sano y fresco, como una lechuga (aunque a veces las lechugas se ven tan marchitas que mejor elige otro símil), necesitas al menos ocho horas de sueño. O nueve. O diez, si tienes la suerte de contar las horas que pasas revolcándote en la cama, mirando el techo y preguntándote si este será el día en que finalmente te dé un infarto.
Claro, porque no dormir bien ya no es solo una molestia: es una sentencia de muerte lenta y agónica, según esos estudiosos del sueño.
El problema no es solo dormir, sino lograr esa hazaña aún mayor: volver a dormir si, por alguna razón inexplicable, despiertas en plena madrugada. Tal vez es por ese sueño donde te caes en un abismo interminable, o el clásico de todos los clásicos: recordar algo vergonzoso que hiciste hace diez años. Y ahí estás, ojos bien abiertos, escuchando el tic-tac del reloj que, maldita sea, parece que se burla de ti.
El amanecer, advierten, se aproxima a toda velocidad, dependiendo de tu posición en el globo. Si vives cerca del ecuador, estás jodido, porque llega a mil kilómetros por hora. Así que más vale que te duermas antes de que el sol asome la cabeza. Pero claro, eso es como decirle a un perro que deje de ladrar a las ardillas: imposible.
Los expertos, en su infinita sabiduría, te aconsejan que, si no puedes dormir, simplemente “vuelvas a dormir”. Pues claro, ¿cómo no se nos ocurrió antes? La solución estaba ahí, delante de nuestras narices. ¿No puedes dormir? ¡Duerme! Un genio tuvo que decir esto.
Y si te cuesta, prueba con ejercicios mentales. ¿Te has imaginado alguna vez a Donald Trump en la cama, con pijamas que imitan su icónico traje azul y corbata roja? Según los expertos, ese es el truco. Intenta hablarle de tus preocupaciones, pero él, en lugar de escucharte, finge roncar para ahogar tus palabras. Ahí es cuando levantas la voz y… ¡zas! Estás profundamente dormido. O no. Más bien, sigues despierto, pero al menos te has reído un rato de la ridiculez.
Claro que, si todo esto falla, recuerda que siempre puedes prepararte para lo peor. Los expertos en todo lo que nos preocupa últimamente, sugieren que, si escuchas la guadaña de la Muerte arrastrarse por las escaleras, te escondas debajo de las sábanas. Porque claro, como bien sabemos desde los tiempos de la Peste Negra, la Muerte es completamente ineficaz cuando te escondes bajo el cobertor del tigre.
Si Giuseppe Caggiano, con su pintura de la Muerte presentando su lista de almas al Diablo, nos enseñó algo, es que “el que se esconde bajo la cobija gorda, se salva”.
Esas noches de insomnio también nos llevan a pensar en otras cosas. Como por ejemplo, en la señora Muerte. La imaginamos en el camarote de al lado, mientras tú te paseas por los pasillos de un crucero de lujo en busca de una máquina expendedora que, por supuesto, nunca tiene lo que realmente necesitas. La Muerte, ya sabemos, no tiene snacks, pero se mantiene delgada y, oye, hasta tiene un aire sexy. Al menos, mejor que algunos de nuestros propios tatuajes mal pensados.
Y así, mientras el Titanic se hunde en tu imaginación y el amanecer te roba las pocas horas que te quedan de sueño, llegas a la conclusión más importante: si no puedes dormir, al menos estás despierto. Y despertarse, a veces, es lo más esencial para la salud.
Por tanto, a pesar de todo, sigues vivo. Venga, ducha helada y a la calle. PdC.