El Rincón del Loco

“Cuadernos de Hiroshima” de Kenzaburo Oé

En “Cuadernos de Hiroshima”, Kenzaburo Oé se adentra en la ciudad devastada por la primera bomba atómica con menos de treinta años a cuestas y una lucidez poco común. Entre 1963 y 1965, cuando el mundo aún vibraba con la paranoia de la Guerra Fría, Kenzaburo Oé visitó Hiroshima en varias ocasiones para hablar con los supervivientes, escuchar sus historias y ponerlas por escrito. El resultado no es una crónica furiosa ni una denuncia incendiaria, sino un retrato contenido y respetuoso, casi reverente, que busca más comprender que acusar.

Y ahí está el problema, diría un lector actual con el ceño fruncido. Porque si uno espera una prosa rabiosa, un grito literario que sacuda conciencias, se encontrará con un autor prudente, casi tímido, que evita el dedo acusador y el escándalo fácil. Kenzaburo Oé no se permite golpes sobre la mesa; prefiere el susurro incómodo. En lugar de gritar “¡Crimen de guerra!”, se sienta junto a las víctimas, escucha y toma nota. Una opción válida, sin duda, pero que deja cierto sabor a oportunidad perdida.

“Cuadernos de Hiroshima” tiene momentos de amarga claridad, sí: Kenzaburo Oé se escandaliza al descubrir que uno de los responsables del bombardeo fue condecorado por una institución japonesa. Pero incluso esa protesta apenas ocupa un párrafo, como si el escritor no quisiera levantar demasiado polvo. En comparación con libros como Voces de Chernóbil de Svetlana Aleksiévich —que expone el horror con crudeza y sin anestesia— “Cuadernos de Hiroshima” parece estar escrito con guantes de seda.

Eso no le resta valor documental. Kenzaburo Oé pone el foco en los hibakusha —los supervivientes de la bomba— y en los efectos tardíos de la radiación: leucemias, deformaciones, suicidios, locura, marginación social. Escucha a médicos que curaban sin herramientas ni certezas científicas, y a mujeres que se negaban a abortar a hijos posiblemente deformes como una afirmación de vida frente a la devastación. Lo que emerge es un mosaico silencioso de dignidad, resistencia y dolor prolongado.

Pero Kenzaburo también cae, de vez en cuando, en una retórica que peca de absolutismo: “la herida más profunda de la humanidad”, “el peor diluvio del siglo XX”… frases que, aunque comprensibles por el contexto, suenan demasiado grandilocuentes cuando se las pone junto al Gulag, Auschwitz o las guerras mundiales. Lo que destaca, en última instancia, no es una jerarquía del horror, sino la constatación de que el siglo XX fue una maquinaria industrial de sufrimiento, en distintas versiones y ubicaciones.

Lo mejor “Cuadernos de Hiroshima” no está en los adjetivos ni en la postura política, sino en el testimonio íntimo: el retrato de una sociedad que, en medio de la tragedia, mantuvo la compostura, cuidó de sus heridos y siguió adelante. Y ahí está el hallazgo de Kenzaburo Oé: en Hiroshima no descubrió un escándalo histórico, sino una certeza moral. “La dignidad humana es lo más importante que descubrí en Hiroshima”, dijo. Y esa frase, más que cualquier denuncia, define la temperatura moral de esta obra que, aunque no arda, sigue siendo brasas vivas bajo la memoria.

 

Kenzaburo Oé (Uchiko, 1935 – Tokio, 2023) fue un escritor japonés, y una figura importante de la literatura japonesa contemporánea. Sus novelas, cuentos y ensayos, fuertemente influenciados por la literatura y la teoría literaria francesa y estadounidense, abordan cuestiones políticas, sociales y filosóficas, incluidas las armas nucleares, la energía nuclear, el inconformismo social y el existencialismo. Kenzaburo Oé recibió el Premio Nobel de Literatura en 1994 por crear “un mundo imaginado, donde la vida y el mito se condensan para formar una imagen desconcertante de la situación humana actual”. PdC.

Escrito por B. Del Ángel.

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