Generalmente cuando hablamos de violencia contra la mujer, pensamos que esa violencia viene de los hombres, de hecho los hemos satanizado en este aspecto a tal grado que hay grupos feministas que odian todo lo que “huele” a hombre. Sin embargo muchos de los actos violentos vienen también de la propia mujer.
Y no lo decimos nosotros, en la investigación “Violencia de género en comunidades indígenas”, se encontró un dato relevante: el papel de la suegra como perpetradora de actos violentos en contra de su nuera.
La investigación realizada por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, apunta que cuando se habla de violencia de género se piensa en un hombre y una mujer, donde él la ejerce y ella es la víctima, pero hacerlo así limita la comprensión de un fenómeno que es mucho más complejo, en donde la familia puede contribuir a esas dinámicas.
El estudio revela que la rudeza no sólo la ejerce el marido, sino también la suegra, las cuñadas y hasta las concuñas, “porque lo que está en juego es el sistema patriarcal; y el patriarcado en este tipo de sociedades se define por la subordinación al varón, la residencia y la propiedad”.
Lo hacen porque ellas quieren asegurar lealtad con el varón que lleva dinero a la casa.
La suegra violenta a la nuera o instiga a su hijo para que lo haga; pero no se trata de maltrato físico necesariamente, sino de humillaciones o hacer correr chismorreos o rumores sobre la conducta de la joven.
Y es que su “mala conducta”, señala la investigación, tiene que ver con la reputación sexual: ella no debe provocar a los hombres, ni acudir a los centros de salud con el propósito de planificar su familia, por ejemplo.
Hay un control estricto sobre su conducta pública que, en general, ejerce la suegra porque el marido está trabajando, detalla la investigadora del CRIM, Carolina Agoff Boileau.
Es la mamá del marido quien puede decir que la esposa fue por las tortillas pero se tardó demasiado, y correr el rumor de que se le vio hablando con un hombre, o que iba con una falda corta. Ella le hace saber a su hijo que su pareja no se comporta del todo bien, que hay sospechas de que platicó con alguien o que visitó el centro de salud.
Con frecuencia, las mujeres indígenas afirman que la agresión verbal, en forma de humillaciones, desprecios o ataques a la dignidad, es más dolorosa en el sentido de que no se puede olvidar, y expresan más indignación por la que proviene de la suegra, que la del propio marido.
Creen que ese comportamiento ocurre, dijo, porque no le son simpáticas a las suegras, o porque hubieran preferido a otra joven como nuera; no logran observar que el problema es sistémico. Sin embargo, al preguntarles cómo serían como suegras en el futuro, afirmaron: “probablemente igual”.
A pesar de la existencia de leyes como la General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en numerosas comunidades indígenas se rigen por usos y costumbres; ahí, ante un conflicto de pareja el objetivo es preservar la unión familiar y no se aconseja la separación, aunque con frecuencia sea necesaria, recalca la experta. PdC.