El ciclo menstrual a temprana edad, 10 o 11 años, no es algo que se pueda tomar a la ligera o que simplemente uno diga: “a mi así me pasó o a mi me llegó mi primera menstruación a esa edad…”, por el contrario es un tema grave que puede provocar problemas emocionales serios.
El desfase entre el desarrollo sexual y la madurez psicológica de quienes tienen su primer periodo menstrual siendo muy niñas, podría desencadenar síntomas de depresión y ansiedad.
De acuerdo con la investigadora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, Verónica Alcalá Herrera, podrían caer con facilidad en adicciones, beber alcohol más tempranamente, presentar conductas dañinas como cutting (cortarse la piel con objetos afilados, lo que genera heridas superficiales sin buscar el suicido) y trastornos alimenticios como la anorexia.
Y es que la especialista en psicobiología refiere que el grupo de investigación que dirige encontró síntomas de depresión en un grupo de jóvenes menarcas tempranas en comparación con las menarcas regulares.
También explica, según el estudio, que las menarcas tempranas mostraron menor uso de estrategias de afrontamiento no productivas. ¿Qué significa esto?
Las estrategias de afrontamiento pueden ser productivas o no productivas. En el primer caso las menores saben que cuentan con apoyo familiar, se muestran optimistas, perciben las cosas con más ligereza, buscan solución a los contratiempos, no permiten que el problema las abata.
Mientras que en el segundo caso reaccionan de forma agresiva, tratan de evadir los conflictos, son impulsivas, es decir, están centradas en la emoción y no en el problema, por lo tanto tienden a tomar malas decisiones, expresa la especialista.
“Entonces, las chicas que participaron en nuestra investigación y que fueron clasificadas como menarcas tempranas, indicaron que para resolver problemas usan menos el enojo y las agresiones, no evaden los conflictos y son menos indiferentes a las dificultades, en comparación con las menarcas regulares”.
“Esto llamó nuestra atención y nos condujo a hacer otro comparativo: de las chicas que fueron clasificadas como menarcas tempranas, las subdividimos en un grupo de niñas que tenían más tiempo de haber iniciado su primer periodo menstrual (cuatro a seis años).
Y aquellas que tenían uno a tres años de haber empezado ese proceso, encontramos que las primeras utilizaban menos estrategias no productivas a diferencia de las segundas”, planteó la académica universitaria.
La explicación sería que los síntomas depresivos están más asociados a la elevación de las hormonas femeninas; la literatura se refiere a la relación entre los estrógenos y depresión.
Sin embargo, las estrategias de afrontamiento no están ligadas con las hormonas, sino con las experiencias que la niña adquiere a partir de que apareció la menstruación.
Por ejemplo, “las jóvenes al tener rasgos de mayor edad tienen que lidiar con el asedio de algunos hombres que las ven, les chiflan y les dicen piropos que las incomodan”.
Asimismo, dijo, “con las responsabilidades que los adultos le confieren; pero, además, con sus propios impulsos, como sería el muchacho que les gusta. La joven que inició su regla tempranamente y que tiene más años menstruando, ha aprendido que no le son útiles las estrategias no productivas y, por tanto, deja de utilizar el enojo, la impulsividad y la evasión, al parecer han madurado un poco más. Eso es lo que encontramos en el proyecto de investigación”.
Puntualizó que es esencial que la familia, en particular los padres, acompañen a las niñas y adolescentes en esa etapa, sobre todo en la infancia, para proporcionarles sentimientos de confianza, amor y protección para evitar que sientan angustia, principalmente con las niñas que son menarcas tempranas; hacer que acepten su género y con ello la menstruación.
En la medida que estén acompañadas se les facilite información y se les haga saber que la menstruación no es desagradable, se evitará el fuerte estrés que experimentan.
En el área educativa, recalcó, se requiere orientación en el tema, tanto para los docentes como para las niñas; generar materiales que fomenten empatía, compasión, tolerancia y acompañamiento, e incluir a los varones.
Sería ideal trabajar con ambos sexos, no puede ser que este tema, como cualquier otro de sexualidad, se atienda por separado, niñas por un lado y niños por el otro. Esta educación debe iniciarse en la infancia, no aplazarla hasta la adolescencia.
Recordó que los hombres tienen su propio proceso, la espermaquia (primera eyaculación que se produce en los adolescentes), aunque no se habla mucho de ello. “Los chicos lo viven en completa soledad, y para los jóvenes no es fácil identificar con precisión cuándo ocurre, no es una señal tan clara como la menstruación, por ello es difícil estudiarla”. PdC.
Foto de Sora Shimazaki.